27 DE DICIEMBRE

Cthulhu. Cerca del barrio de Gràcia, en Barcelona, se halla el bar Adonis, donde solía reunirme con mi exagente literario. Aquí me contó la historia de cierto miembro de la alta burguesía catalana, adicto a la egiptología, para quien hizo de 'negro' escribiendo sus memorias. Se reunían una vez por semana y mi exagente daba forma a sus divagaciones. Finalmente, salió a la luz el libro, y el ricohombre le invitó al acto de presentación. Durante el cóctel posterior, sin embargo, hizo como que no le conocía€ Esa misma noche le llamó para disculparse, arrepentido; debía comprenderlo: no quería que los demás supiesen que él no era el autor de sus propias memorias.

Muy al sur de Gràcia, en la calle Puerta Ferrisa, las viejas Galerías Maldà han resurgido de sus cenizas gracias al comercio friki, fenómeno en auge que ya pudimos apreciar este verano en Escocia. Descubro una excepcional tienda consagrada a H. P. Lovecraft, donde manifiesto en voz alta mi asombro al encontrar estatuillas de Cthulhu, retratos de los pobladores anfibios de Innsmouth o una taza de la Universidad de Miskatonic. «Parece usted un buen conocedor de Lovecraft», me dice el dependiente. Espontáneamente ambos entonamos a coro, impulsados por una especie de felicidad infantil, el grito de los adoradores del dios que duerme bajo las aguas: Iä! Iä! Cthulhu fhtagn!

28 DE DICIEMBRE

Replicante. Ante la proximidad de la muerte uno quizá sienta la necesidad de transferir sus recuerdos a los demás, antes de que se disuelvan en la nada. Es lo que hace el replicante Roy Batty ante Deckard en el célebre monólogo de Blade Runner («He visto cosas que vosotros no creeríais») cuando rememora naves en llamas más allá de Orión o rayos C en la Puerta de Tannhäuser. Es lo que hace Borges en su cuento El testigo cuando afirma que «un número infinito de cosas muere en cada agonía» y recuerda la imagen de un caballo colorado en el baldío de Serrano, o una barra de azufre en el cajón de cierto escritorio de caoba.

Ahora, mi propio padre es Roy Batty y yo soy Deckard. Algunos de los recuerdos que desgrana esta noche se los he oído antes. Otros no, como que iba a ser destinado a la guerra de Ifni durante el servicio militar pero que, a última hora, en lugar de su compañía fue enviada otra de Sevilla, la mayoría de cuyos miembros murieron en plena juventud. (Alguien, desde un despacho, decidió de un plumazo su destino y creó o modificó el nuestro). O que, mientras trabajaba en la Delegación de Hacienda en Cartagena, tuvo un amigo novillero y judío, a bordo de cuya barca asaban los peces que iban capturando en el Mar Menor.

Pero si algo ha deslumbrado siempre a mi progenitor es el mundo de los burócratas de élite (abogados del Estado, jueces, secretarios de Ayuntamiento, notarios, registradores, interventores) que a mí siempre me ha generado un aburrimiento apriorístico e insobornable. Un mundo dentro del cual él hubiese querido verme. Aunque sea difícil sustraerse por completo a la economía y las leyes, no deja de parecerme horroroso invertir la vida en ellas. Quizá sólo la ciencia y el arte lo merezcan (si es que algo importa realmente). Mañana nos vamos de Barcelona. No sé en qué estado encontraré a mi padre la próxima vez.

31 DE DICIEMBRE

Tardeviejeando. Murcia y Albacete se disputan ser cuna del tardeo, nuevo hábito consistente en empezar a tomar copas desde la hora de comer para recogerse ya en estado de ebriedad pero (eso sí) sin trasnochar. Al tardeo del último día del año se le llama 'tardevieja', imprudente ingesta de comida y alcohol previa a la cena de Nochevieja. Hoy tardeamos (o 'tardeviejeamos') con Mari Ángeles Gallardo y Antonio Castillo en un restaurante de Vistabella; el centro de Murcia tenía colgado el cartel de 'completo'. En algún momento de la conversación, me oigo a mí mismo diciéndole a Antonio: «No te engañes: tu mujer es tu mejor amigo. A ninguna otra persona podrías soportar durante tantas horas a lo largo del año».

1 DE ENERO

Humor. Anoche, antes de tomarnos las uvas, mi sobrina Merche afirmó no reír jamás con las patochadas del humorista José Mota, mientras que su flamante marido (Salustiano) se parte la caja con ellas. Algo similar pasa entre mi mujer y yo, y tampoco mi abuela Carmen conseguía comprender por qué mi abuelo se tronchaba con Cantinflas, que a ella no le hacía ni pizca de gracia. Hablamos sobre el diferente sentido del humor entre hombres y mujeres, pero, también, de la ubicuidad pretérita de cómicos como Cantinflas, hoy prácticamente desaparecidos. ¿Desde cuándo no reponen por televisión películas del Gordo y el Flaco, de Abbott y Costello, de los Hermanos Marx, de Louis de Funes?

2 DE ENERO

Batallitas. Voy temprano a la capital para resolver unos trámites. El campanario de la catedral enrojece bajo los primeros rayos de sol mientras, más abajo, la ciudad permanece aún en sombra. Hace frío. Por la calle Trapería me cruzo con el alcalde de la Murcia presente, quien camina solo y concentrado en sí mismo, con un portafolios bajo el brazo. Llego a la Delegación de Hacienda. Los numerosos trabajadores están dispuestos en una red simétrica de mesas, como si se hallaran en una fábrica. La mujer que me atiende, de treinta y pico años, me cobra el impuesto que he de abonar mediante un datáfono.

Le explico que yo trabajé en la recaudación municipal hace veinte años y que, entonces, aún cobrábamos los impuestos en dinero efectivo, cosa hoy increíble. Mientras la mujer asiente con sonrisa forzada, una alarma se enciende dentro de mi cerebro: «¡Cuidado! ¡Ya está aquí de nuevo el contador de batallitas!». En efecto, empiezo a parecer un viejo€ pero ¿cómo evitarlo en los tiempos que corren? Durante la Edad Media, una persona apenas veía variar los hábitos de vida en lo que duraba su existencia. Hoy día, los cambios se suceden tan rápido que es difícil no comentarlos con cierto asombro ante quien no los ha experimentado.