Quizás exista un término medio, un territorio de compromiso, entre la razonable posición animalista y vegana estricta y la orientación que, por evolución y por salud, tiene la especie humana hacia ingerir proteína animal e incluso hacia deleitarse con los sabores elaborados. Se llama ganadería ecológica.

Comparto la denuncia animalista sobre el trato dado a las especies que no somos nosotros en la cadena de producción industrial. Hay innumerables ejemplos sobre el sufrimiento infringido a los animales en su crianza con objeto alimentario. Se difunden en vídeos, en memes y en denuncias frecuentemente bien documentadas. Mi única experiencia directa, ya lejana pero que aún guardo en la memoria, fue la visita a una granja de pollos híperindustrializada.

Tampoco dejan de tener razón los que dicen que, al menos en los países desarrollados, los aspectos más crueles del maltrato animal están algo corregidos en la industria ganadera a través de normativas cada vez más exigentes. Sin embargo, estas normativas suelen hacer referencia a los momentos más duros del proceso, como el sacrificio de los animales o a aspectos que relacionan la salud veterinaria con la calidad del producto. Pocas son las normas de obligado cumplimiento, porque pocas pueden serlo para que la producción no caiga estrepitosamente, que tengan en cuenta las condiciones en las que el animal pasa sus días. Los investigadores ya saben que los animales de granja siguen teniendo los impulsos y las necesidades subjetivas de sus ancestros en libertad y por tanto su cercenamiento les infringe un profundo sufrimiento, también subjetivo y difícilmente demostrable, aunque sus necesidades objetivas estén atendidas.

La ganadería ecológica puede venir a corregir estos asuntos y constituirse como ese punto de equilibrio entre el respeto debido al mundo animal y el omnivorismo de la especie humana.

En condiciones de producción ecológica las circunstancias en las que desarrollan sus vidas los animales que después nos surtirán de su carne o sus productos son mucho más admisibles. Contra mi experiencia desfavorable visitando el criadero industrial de pollos dispongo de una experiencia más reciente en una granja de vacas destinadas a la producción ecológica de leche en la que terneros y madres estaban en contacto, el terreno de campeo de vacas y toros era amplio y la extracción de leche era con máquinas, claro, pero en intensidades muy razonables y sin trucos hormonales para aumentar la producción. Diré el nombre de la marca, porque estas cosas hay que apoyarlas: El Cantero de Letur. También, en un proceso más industrial pero como un avance muy interesante, diré también que otra marca, los supermercados Lidl, ha decidido que todos los huevos que comercializa provengan de gallinas criadas libres de jaula.

Sé que si en el caso de los vegetales el problema de la producción ecológica es su aumento de precio, en el caso de la ganadería ese problema es exponencial, y desde luego no sé cómo se resuelve. Lo que sí sé es que hay que avanzar hacia ello.