Acabo de escribir el título y surge mi primera duda, ¿sólo de la sociedad actual? No lo sé, pero sí que es una enfermedad ancestral, una tragedia estructural sobre la que se aposenta la humanidad. Desde que el mundo es mundo, que diría mi abuela, al hombre se le ha conferido el rol de líder, de defensor de la familia y del clan, de proveedor y protector del grupo. Primero fueron nuestras madres; ellas nos educaron durante milenios para ser fuertes, física y mentalmente, pues nuestro destino era asumir la responsabilidad del liderazgo social, luchando y protegiendo a la prole contra los rivales para asegurar su permanencia. A cambio se nos otorgaban privilegios de los que hemos disfrutado durante milenios sin cuestionarnos su razón divina. Es cierto que nuestra constitución física, sobre todo durante la juventud y madurez, lo ameritaba frente a las mujeres, niños, ancianos y discapacitados.

Todo ello ha provocado que nos realicemos sin revisar ningún aspecto de nuestras relaciones con los demás. No nos preguntamos si es lógico seguir así, algo que hoy por hoy nos devalúa como seres humanos si no asimilamos rápido que esos valores no pueden seguir siendo la base de la sociedad futura.

La solución pasa por todos, pero esencialmente por nosotros, los hombres. Aunque no seamos los únicos responsables de este atávico incidente, la mujer en su rol de madre y pareja también ha participado en ello explotando su exención física, sí nos toca asumir nuestra responsabilidad social y personal ante la iniquidad que significa la discriminación por razón de sexo. Es ahora, en el momento actual, cuando tenemos que aprovechar nuestra ventaja hereditaria para hacer frente al machismo y combatirlo como algo nocivo, no solo para los demás miembros del colectivo, sino para nosotros como víctimas del desagravio, pues el supremacismo biológico que antaño tanto beneficio nos diera, hogaño nos hace odiosos, ruines, nos apresa a un pasado que se va, nos incomunica y aturde hasta la violencia.

Es hora de asumir que la sociedad patriarcal, con todos sus valores y estereotipos sociales, aquella que con tanto orgullo dividía a las personas en función de su sexo y que ha propiciado la supremacía de los hombres sobre las mujeres así como la exclusión de los homosexuales del grupo dominante, por motivos evolutivos y de justicia es insostenible ya. La sociedad actual recompensa solo a las personas competentes para relacionarse en igualdad con su comunidad y saben gestionar su mundo emocional de forma madura y positiva.

Para continuar nuestra obligación histórica y favorecer la evolución hacia una sociedad más avanzada, con nuevas relaciones más justas y solidarias, hemos de aprender a identificar el machismo como algo negativo y marginarlo automáticamente después, para que no nos impida desarrollar un mundo nuevo con valores tan sobresalientes como la justicia, el respeto y la igualdad.

Sin embargo, antes hemos de curar algunas heridas. Me refiero a las víctimas. Para conseguir lo que nos proponemos es imprescindible proveer a las mujeres maltratadas de los recursos necesarios para superar un fracaso de la sociedad que ellas están pagando por todos.

Apoyos que deben ir desde la educación en las aulas de las nuevas generaciones hasta la ayuda a la hora de denunciar la barbarie, pasando por desplegar toda una pléyade de medidas efectivas de protección, detección temprana de los agresores potenciales, pérdida total de la patria potestad de los maltratadores, asesoramiento jurídico a las víctimas, impulsar una justicia libre de prejuicios y estereotipos machistas, tribunales que se erijan como refugio para ellas, evitando la indefensión.

La violencia machista es una tragedia social. Su contestación requiere medidas, no solo contundentes, sino particulares. Todos debemos rebelarnos en cualquier momento y en cualquier lugar: en los medios de comunicación, en las redes sociales, en reuniones privadas... Cada uno de nosotros debe actuar, por cielo, tierra, mar y aire contra las actitudes machistas, sus consecuencias son demasiado graves como para inhibirnos.

No obstante, y aun a riesgo de repetirme, aunque la responsabilidad nos requiere a todos, tenemos que hacer hincapié en que la regeneración de la sociedad pasa por las aulas. El horror no se contendrá si en ellas no se conciencia y educa a nuestros menores para trabajar por una sociedad igualitaria en la que desaparezcan los roles de género, una juventud que transmita valores libres de machismo, donde no se alimente la sumisión de las niñas ni la superioridad de los niños. Es tarea de todos construir un mundo mejor.