Hasta ahora no me había fijado en las estrellas. Siempre pensé que eran como diamantes grandes que tenían un dueño. Ahora me asustan. Me dan la sensación de que todo, toda mi juventud, ha sido un sueño». Encontré esta frase escrita en una caja de cartón. Ni siquiera sé quién la escribió. Metí dentro de la caja un libro y una blusa, lo envolví todo y se la envié a mi hermana por su cumpleaños. Cuando al cabo de unos días llegó su respuesta, no decía nada del libro ni de la blusa. Solo hacía mención a la frase. «No ha podido ser más adecuada para mi momento actual», decía. Me intrigó su respuesta, pero no me atreví a pedirle que me contara a qué se refería. Lo que sí me contó es que unos días atrás, seguramente en el mismo momento en el que yo abría la caja, había encontrado un tesoro mientras ordenaba una habitación de su casa: algo que yo le había regalado hace mil años, algo que, regresando del pasado, bien podía ser un diamante pequeñito, una estrella, un sueño.

Era ya de noche y me pregunté si también estaría lloviendo donde está ella. De alguna forma, pensé, la caja había abierto un pasadizo a través del tiempo en estos días tan extraños y, estableciendo un contacto entre nosotros, me permitía verla a ella en un lugar diferente, como si estuviera reflejada en el fondo oscuro, como en un sueño. Eso era también extraño. Rescatar un recuerdo mediante una percepción involuntaria siempre produce extrañeza. Sin embargo, más que el recuerdo, me conmovió el olvido. Si olvidamos un trozo del pasado y corremos demasiado hacia el futuro, ¿nos estaremos perdiéndonos a nosotros mismos? y ¿dónde nos encontraremos? ¿Será el de un desconocido el rostro del fondo de la caja? Dan miedo las estrellas cuando vemos su máximo brillo justo ahora que sabemos que están más lejos que nunca.

Pero algo de ese brillo nos pertenece porque lo que vivimos en el pasado sigue vivo, aunque solo pueda ser captado por la persona que fuimos entonces. Y esa persona está en las cosas. Por eso, cuando la caja se abrió, en el fondo estaba el recuerdo como un diamante sin dueño. Un instante fuera del tiempo, un pensamiento unido a lo ausente. Tiempo en estado puro que nos devuelve la esencia de las cosas, las sensaciones de entonces, su belleza original, un minuto libre del orden del tiempo, donde está toda la verdad pues, como descubrió Proust, «los verdaderos paraísos son los que hemos perdido».