Para sanear la enseñanza española, tan necesitada de una pala excavadora, la nueva ministra Celaá ha decidido volver a la enfermedad: la Logse y su prolongación zapatera o LOE. Y así, lo que quiere es derogar lo poco bueno que había en la LOMCE: la Formación Profesional Básica, los itinerarios y las reválidas, neutralizadas ya por la cobardía de Méndez de Vigo, además de devolverles en plenitud las armas lingüísticas a los nacionalistas. Todo ello como discurso inaugural del bulo que nos viene entreteniendo desde hace quince años: el pacto educativo.

Quizás deberían todos, antes de negociar sobre la exterioridad del ser, que diría el filósofo, advertir que lo que no funciona en nuestra enseñanza es su fundamento, su alma. O mejor, que es un sistema sin alma, abandonado a la rutina, a la palabrería hueca, al innovacionismo de los charlatanes, a las TIC-TAC y a la corrección política, y por el que se discurre aspirando no a mucho más que a sobrevivir, a cumplir, pero sin fe.

Todo el mundo rellena los formularios absurdos que le corresponden, en lugar de quemarlos en los patios y volver a sus aulas a enseñar lo que un día amaron. Nadie quiere ya problemas, cada vez son menos los que conocieron la enseñanza comprometida y feliz de los setenta y ochenta, y romper con el sistema es aislarse, quedar marcado, señalado por los nuevos estalinistas y sus asimilados.

Ese es el mal: la laxitud corrosiva que ha despedazado nuestra enseñanza y está a punto de hacerlo con España. Y así lo establece, como tesis central, un excelente libro que leí este último verano: Lo que estamos construyendo, de Pablo López Gómez, con un prólogo de Ricardo Moreno Castillo, otro de los batalladores históricos contra el tumor Logse que, reconozcámoslo, nos ha vencido. Éramos pocos y sueltos, y ellos lo tenían todo: el poder del sistema, los mecanismos de propaganda, los arribistas y predicadores subvencionados, los sindicatos y hasta la prensa.

López Gómez realiza en este libro un repaso del sistema desde la experiencia de un profesor vocacional. Nos habla de lo que ocurre, de todo lo que ha visto en los últimos treinta años. Y lo que ha visto es cómo se imponía esa laxitud (no hay que suspender, no hay que enfrentarse, no hay que decidir, no hay que ser), cómo los alumnos pasaban por el sistema sin impregnarse, como si nunca hubieran estado, y cómo los profesores desistían, tristemente dejados a su suerte o, peor, sometidos a los comisarios de la corrección, a directivos anegados de cobardía o ideología, y a la inercia del pedagogismo ante el que nadie se atreve a replicar, si es que se conoce ya la réplica. Y ahora, más laxitud: obtener el de Bachillerato con un suspenso. O sea, con el Bachillerato suspenso.

López Gómez, además, propone soluciones, salidas, esperanza, porque es un ilustrado y aún cree en la razón. Pero España la maldirige un hombre que plagió una tesis doctoral y esa es la metáfora, en efecto, de lo que hemos construido y estamos construyendo. De todo un sistema educativo podrido del que sólo se salvan los héroes callados que, como Pablo, van a cada día a merecer la dignidad de todos.

Así pues, si alguna vez hubiere un pacto, será inútil, porque discutirán de todo lo que no es importante, y se dejarán fuera lo esencial: si no se vuelve a creer en que la cultura nos redime, si el conocimiento no vuelve a ser el objetivo de cualquier cosa que quiera llamarse enseñanza, el sistema será cada día más lo que ya es hoy: un cadáver que no se sabe muerto, «una sombra, una ficción».