El principal argumento utilizado de una, por otra parte loable, campaña institucional en marcha para fomentar el ahorro de agua es animarnos a medir el agua que nos gastamos en la ducha en términos de litros de agua equivalentes. Por lo visto, una ducha equivale nada más y nada menos que a 90 litros de agua. La campaña en cuestión cierra con una recomendación para que hagamos esa equivalencia a litros de forma recurrente, de forma que tomemos conciencia del enorme gasto que supone cualquiera de las funciones habituales de consumo del preciado bien, por muy rutinarias e inocuas que nos parezcan.

Confieso que, como cualquier murciano bien nacido y con los sentidos mínimamente receptivos a las múltiples campañas de ahorro de agua que nos han bombardeado a lo largo de los años, soy plenamente consciente de la necesidad de no desperdiciar el líquido elemento. He convertido en automático el gesto de cerrar el grifo para no desperdiciar más de lo necesario, y me siento culpable al final de mis rutinas de higiene si algún día he sido más descuidado que de costumbre, no cortando el chorro del grifo con la suficiente diligencia. Tan acostumbrado estoy, que ni siquiera abandono este comportamiento de mezquindad acuífera cuando me encuentro en la casa de mi familia londinense, lugar donde por otra parte el agua normalmente sobra hasta decir basta, y más bien tienes que estar continuamente defendiéndote de su molesta omnipresencia.

Pero en esto, como en tantas cosas en este vida que nos ha tocado vivir en común, lo más fácil para los que ocupan puestos de responsabilidad pública es hacer campañas de concienciación de cara al ciudadano, y en última instancia volcar en ellos la responsabilidad de todas las cosas malas que nos suceden. De esta forma, ellos quedan liberados de cualquier responsabilidad en la gestión de los recursos comunes. ¿Qué el plástico anega los mares y sofoca a los peces? la culpa es de la gente que es muy cómoda y no renuncia a las bolsas a la hora de hacer la compra. Y como esas, tantas otras.

No seré yo el que me queje de las campañas de fomento de ahorro del agua en general, ya que como publicitario profesional y empresario del sector me he beneficiado de la prodigalidad pública durante una cierta etapa de mi vida, pero me parece un poco subido de tono y fuera de lugar el animar prácticamente a la gente a que no se duche con el fin de ahorrar un poco más de agua. De ahí a decirle a la gente que haga sus necesidades en cualquier matorral, va un paso. Y no digo ninguna tontería, ya ese es el comportamiento habitual de cientos de millones de personas en la India, sin ir más lejos.

Recuerdo al inefable Isidoro Carrillo, responsable de Canales del Taibilla, indignándose porque la gente utilizara la reserva de agua en el váter cada vez que efectuaba una simple meada. Reconozco que aquel argumento de convenció del todo inicialmente (siempre empatizo con las causas de mis clientes) hasta el punto que lo incorporé a mis rutinas habituales el dejar la evacuación sin evacuar, hasta el tercer o cuarto grito de cabreo de mi esposa, que comparte conmigo el cuarto de baño pero nunca compartió con Isidoro Carrillo su pasión por el ahorro de agua. Afortunadamente, los tiempos han impuesto la doble opción en la descarga de la cisterna, lo que hace que nos sintamos menos culpables a la hora de cometer tal agravio al medio ambiente.

En mi infancia era otra cosa. Todavía recuerdo el espectáculo de los 'gitanos' de Los Mateos (que casi nunca eran gitanos de raza, ni vivían realmente en Los Mateos) aprovechando el riego de las vías públicas para darse una ducha gratis. Al grito de «la manga riega, pero aquí no llega», Matías y el resto de sus compinches provocaban a los funcionarios públicos para que dirigieran el chorro a presión hacia ellos. Siempre con éxito, y para gran regocijo de los chorreados, que se iban de vuelta a su casa convenientemente duchados, y de los espectadores como yo, temerosos de que aquellos 'queos' (yo nunca oí la palabra 'icue' hasta que se inauguró el monumento y plaza conmemorativa), se quedaran más tiempo del necesario en nuestro exclusivo territorio, los 'jardinillos' de Santa Lucía, para ser más exactos.

Más que culpar a los inocentes ciudadanos que tienen la sana costumbre de ducharse todos los días, que en este pais son afortunadamente la inmensa mayoría (a diferencia de británicos, franceses y extranjeros en general), las autoridades públicas deberían mejorar la gestión de las redes de distribución, aquejadas crónicamente de un alto nivel de pérdidas por falta del necesario mantenimiento. También deberían fomentar tecnologías de ahorro eficiente, como un invento español, que parece del TBO, pero que es una especie de epifanía del sentido común. El invento consiste en reconducir a la cisterna del váter el agua que dejamos correr en el grifo mientras que esperamos a que llegue hasta la temperatura adecuada. Efectivamente, es el agua más desperdiciada de todas porque no sirve a ningún propósito, excepto cubrir un paso imprescindible para algo tan irrenunciable como es afeitarse o ducharse con agua caliente.

O tal vez este artículo dé alguna idea a los que se gastan el dinero público en campañas de difusión y la próxima vez nos propongan como estrategia de ahorro el que nos duchemos con agua fría, revelando finalmente su raíz clerical, hasta ese momento oculta. Porque los impulsores de dichas campañas llevan en su ADN, sin la más mínima duda, los genes del inquisidor moralista. Si por ellos fuera, el claim publicitario de la campaña de concienciación para el ahorro no sería otro que: «No desperdicies el agua o arderás eternamente en el infierno».