Voy a intentar no hablar de mí en singular, en estas líneas. Demasiado hablo de mí, ¿verdad? Desde que me ha dado por hacer de influencer-community-manager-lifecoach me ocurren dos cosas: la primera que no sé ni lo que digo con tanta palabra chanante, y la segunda que mi condición me obliga a hacer viral hasta la foto de la ensalada antes de comérmela. Vale, ya paro. Ya.

He empezado a echar una mano en la Plataforma Padres por la Inclusión Murcia, que nos agrupa a los padres y (sobre todo) madres de niños con Necesidades Educativas Especiales (NEE) de la Región. Nadie más, por suerte, va de influencer. Es gente callada, por lo general. Con mirarnos nos basta para reconocer el largo y solitario camino que va del diagnóstico a las terapias, de la atención temprana a las adaptaciones curriculares, de la esperanza a la resistencia, de la tristeza a tirar p'alante con la cabeza bien alta.

Nos tenéis alrededor aunque no nos veáis. Somos esos amigos con los que ya quedáis menos, esos vecinos que se pasan la vida entre el logopeda y el gabinete terapéutico, esos chavalillos que no pueden hacer extraescolares con los demás. La vida neurotípica sigue sin nosotros, que no podemos tomarnos el café en la terraza del parque mientras los críos juegan, y que no llevamos al nuestro al cumple de tu hijo, porque lo celebras en un Escape Room, o en un Laser Game, o en un Virtual Center o cualquier lugar con nombre así chanante-gilipollesco que excluye desde el minuto uno la diversidad.

Pero ¿sabéis dónde nos jode más que se excluya a nuestros hijos? En el cole. No solo porque sea el lugar donde más horas pasan después de casa (y donde deberían cumplirse sus derechos fundamentales), sino porque allí no estamos nosotros para cogerlos de la mano y ayudarlos a funcionar, a dar pasos adelante y a crecerse con los demás. Nuestros hijos, en el cole, dependen de esos fantásticos profesionales que los cogen (gracias, de corazón) de la mano por nosotros, pero también han de vérselas con el desinterés, la ignorancia y las otras prioridades de un sistema educativo que se lava las manos e incumple su obligación de velar por la inclusión de todos los alumnos.

El otro día, en la asamblea, se nos atascaba el corazón en la garganta al oír el caso de una madre que, en voz bajita, nos contaba que su hijo ya no entraba al aula de los niños de su edad ni siquiera en las horas de Religión, Música y Educación Física, «porque al hacerse este año el centro bilingüe, ya no lo vemos oportuno».

Qué silenciosos hemos sido hasta ahora, qué luchas tan solitarias hemos librado desde nuestro rincón individual. Qué poca guerra damos. Qué fácil es esquilar los recursos, desde la consejería de Educación, y en concreto desde Atención a la Diversidad.

Pero tate, primo. Lo nunca visto. Las madres de críos con NEE se han juntado en asamblea. Y se han puesto a hablar entre ellas. Si no lo veo en la prensa, no me lo creo.

Para el día 11 del 11 a las 11 han convocado una manifestación, desde la Plaza Fuensanta, de Murcia. Se acabó el silencio, queridos mandantes. Y a los corderos tampoco los veo.