Hay quien conoce a Machado como un excelente letrista de canciones, tal es el magisterio de Serrat en la música popular desde tiempo antes de que naciera nuestra imperfecta democracia. Desde su pedestal poético describía el sevillano las dos Españas siempre enfrentadas; la de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, era inapelablemente señalada de España inferior, que ora y embiste cuando se digna usar la cabeza. Es claro que se refería a la clerical, inquisidora e intransigente. Mas los tiempos nos obligan a revisar algún tópico, pues la Iglesia, mal que le pese a algunos, ha tiempo que dejó de ungir con los santos óleos a los gobernantes carismáticos. Y aun cuando quedan flecos del alto clero servil y adulador, el poema no pierde su mérito pese a que los inquisidores no lleven siempre vestidura talar.

Cuando se habla de la asignatura de Religión, los intransigentes se reparten a ambos lados del Concordato con la Santa Sede de 1979. Una corriente ideológica de marcado carácter laico, pretende que se imparta fuera de las aulas, sin pararse a considerar que nuestro Estado no es sino aconfesional, lo que significa que no hay una religión oficial, pero que se puede reconocer cualquier confesión religiosa y celebrar convenios con sus instituciones. Quizá convenga considerar que impartir en las aulas los contenidos de cualquier credo puede ser una garantía de respeto a los derechos humanos y proscripción del fanatismo.

En el Concordato, se garantiza que se imparta la asignatura de religión para todos los alumnos que la elijan en iguales condiciones que cualquier otra materia lectiva, lo que ha sido objeto de no pocos debates parlamentarios por razón de su evaluación. Partiendo de su alto contenido moral, debería excluirse su ponderación con el resto de disciplinas científicas, como ha sido siempre antes de la última ley de educación.

El vano ayer engendrará un mañana

vacío y por ventura pasajero?

Pero, más allá del laicismo o de la aconfesionalidad, lo que se desprecia en España es la libertad. En un instituto de los más prestigiosos de Murcia, donde presumen de formar alumnos de altas capacidades, el director desprecia la Ley y el Concordato, ignora su propia oferta educativa y a los alumnos que quieren estudiar Religión católica les asigna la alternativa sin reconocerles su derecho a cursarla. Dirá que no tiene profesorado suficiente, dirá lo que quiera decir para ocultar su felonía: negar a los alumnos su derecho a elegir una asignatura que el centro les oferta. Los alumnos, por imperitos y timoratos, cursan una enseñanza que no habían elegido. Otra vez la inquisición: tu creencia no es la mía, ora al Dios que yo te impongo o tendrás el exilio o la hoguera; hermosa elección la de la pena capital, que diría Javier Krahe, «dejadme ¡oh! que yo prefiera la hoguera, la hoguera, la hoguera». Hoy no es Dios lo que se impone en según que círculos, pues es un imperioso laicismo que tanto mal hace así a la causa de la libertad. Un mañana nada efímero.

El vacuo ayer dará un mañana

/ huero

Ahora que tan de moda está el tren, que si el AVE, que si el híbrido, que si reliquias tenemos casi de los tiempos del carbón, tiempo ha que chavales aficionados al ferrocarril acuden a las estaciones y buscan en los andenes, cámara en mano, planos, encuadres, fotos de máquinas, de vagones, de vías y otras imágenes de su afición. ¿Qué mal hacen si ADIF proclama en su misma página web que ya no se necesita permiso previo ni carnet alguno para hacer fotografías? Pues resulta que los guardias de seguridad tienen criterio propio para decidir a quién hostigar, insultar, amenazar y hasta agredir. Sicarios con placa, escudo y porra, matones y chusma de arrabal, forman parte también de la España inquisidora, pues nadie es el inquisidor general sin los gregarios que, con o sin gorra de plato, se creen convertidos en implacables justicieros.

Hay un mañana estomagante escrito

en la tarde pragmática y dulzona

El derecho que no puede reclamarse no es derecho, por más que tal nombre reciba. Mas el que se reclama y no se consigue, tampoco es Justicia, por más que quien la imparta así se llame. Una compañía de seguros reclama la prima a un asegurado que, en justa indignación por una subida tan desproporcionada como injustificada, contrató otro seguro; más no fue óbice para que el pez grande quiera comerse al chico y para cubrir su falta de notificación de la nueva prima, esgrime ante el tribunal una prórroga tácita que se produjo cuando el indignado cliente no preavisó antes del vencimiento su deseo de no renovar. Cláusula abusiva si en la práctica el tiburón no cumple con su obligación. Pero la sentencia decide que haya prórroga y haya imposición y todo porque dice haber calculado el incremento de la prima según contrato. ¿Dónde está el problema si sólo decidió lo que aparentemente se pactó? Pues que bastaba una simple operación matemática, una regla de tres que todo alumno de primaria conoce, para desmontar la sucia argucia de la compañía. No cabe recurso, pues el legislador colige que la costosa maquinaria de la Justicia no está para pleitos chicos de escasa cuantía y no contempla la segunda instancia para tan minucia de asunto, como tampoco la casación para enjundias que no sean de grueso calado.

Florecerán las barbas apostólicas

y otras calvas en otras calaveras

brillarán, venerables y católicas

¿Qué hay pues de la libertad, de lo permitido, de la ley y de la Justicia? Si quien ha de respetarla, quien ha de vigilarla, quien ha de regularla y quien ha de impartirla, desprecian aquello a lo que sirven y de lo que debieran ser garantía y celo. Cuando pienso en que aquél fue mi instituto, aquesta la justicia que persigo y siempre, siempre, el país que retratara aquel que fuera, en el buen sentido de la palabra, bueno. ¡Don Antonio, qué poco hemos cambiado!