En el municipio de Murcia es fácil salir a pasear y encontrar patrimonio cultural por la calle. Puedes pasear por un carril de una pedanía o una calle de nuestra capital y ver un molino, una acequia, un azarbe, un pozo artesiano, un castillo, una alberca, una basílica paleocristiana y hasta un arrabal medieval. El problema está en que la mayor cantidad posible de población pueda mirar esas cosas con los ojos abiertos y pueda entender lo que su cerebro está intentando procesar.

Además de ver ruinas, cauces de agua sucia, tubos de hormigón, bancales llenos de malas hierbas y frenos al crecimiento urbanístico, la ciudadanía debería haber entendido desde hace mucho tiempo que sin pasado no hay futuro y que sin identidad cultural, todo y todos seríamos la misma cosa, plana y completamente uniforme. Como dice la canción de Manuel Medrano, «a una parte de mí le falta luz y la otra está completamente a oscuras», cuando me pongo a pensar en lo que se podría haber hecho en este municipio y lo que se hace con respecto al patrimonio cultural.

Qué envidia me da escuchar noticias como las de Medina Azahara y luego pensar en el palacio de Ibn Mardanis de Monteagudo, que duerme el sueño de los justos entre proyectos fantasiosos, realidades poco factibles y que sigue sufriendo la indiferencia cabreada de los vecinos.

Desde niña he paseado en múltiples ocasiones por las empinadas cuestas que te llevan al Castillo de Monteagudo, desde la plaza de la ermita de San Cayetano o desde abajo, desde la calle mayor, donde mi madre me ataba con una cordel al picaporte de portal de la casa de mis abuelos para que no me fuese a jugar Dios sabe donde. Desde esa calle de mi memoria, digo (y lo digo desde el sentimiento de pena más profundo) que no es justo para esta sociedad que nos traten de esta manera. No es justo que hayan quitado de nuestra vista acequias, azarbes, molinos, puentes, norias, casas torre, castillos, poblados milenarios y paisajes que daban un sentido a nuestro entorno. No es justo que nos hayan hurtado la posibilidad de conocer las culturas que antes que nosotros ocuparon el territorio de la huerta y del campo de Murcia. No es justo que en aras del desarrollo hayamos perdido lo que otros antes que nosotros, crearon y mantuvieron durante siglos, empeñándose en vivir en este valle, en el que no se podía vivir.

La memoria es parte de nosotros y nos hace como somos. Yo no puedo renunciar a mi apellido, a mi tono de piel, a mis costumbres, a mi forma de hablar o a mi forma de comer y es responsabilidad de todos entender y dar a conocer que esa forma de ser y de estar es el resultado de un bagaje histórico que tiene que ver con la mezcla de culturas, de tradiciones, de religiones, de gentes al fin y al cabo que se movió por el mundo buscando un lugar en el que vivir y criar a sus hijos e hijas (preferiblemente en paz).

Me da mucha risa escuchar y leer comentarios de algunas personas a las que se las tiene por ´cultas´ y que dicen defender, por ejemplo, el patrimonio cultural de Monteagudo, pero que luego reniegan y rechazan a los migrantes magrebíes y subsaharianos. ¿No les rechina algo en sus cabezas? Es posible que los monumentos islámicos seguramente sean los restos de una civilización alienígena, que aterrizó con sus naves cerca de la acequia Caracol, junto a la Senda de Granada y a una calzada romana, que construyó unas fortalezas con toda una estructura palacial digna de una corte real, y con las mismas, cogió sus naves y se marchó sin dejar más rastro que las ruinas que hoy podemos ´medio visitar´. Es posible€ o no.

A mí me resulta raro desligar de tal modo el patrimonio arqueológico e histórico, de la realidad de nuestro tiempo. Tolerancia, coexistencia, entendimiento y tener los ojos bien abiertos es lo que necesitamos. La historia no está muerta, es necesario revalorizarla y darle su lugar en nuestro día a día. Lo efímero, las fiestas y las conmemoraciones son cosas muy bonitas, pero es mucho más efectivo a largo plazo, el trabajo constante y continuado en la investigación arqueológica, histórica, antropológica y de divulgación. Con ese trabajo, a lo mejor algún día nuestro Conjunto de Monteagudo se convertirá en Patrimonio Cultural de la Humanidad, el Martyrium de La Alberca se podrá visitar en condiciones o la Contraparada dejará de desmontarse a trozos. Pero aún será más interesante y fructífero para todos que la conservación del patrimonio menor (del que nuestro municipio está plagado) y del etnográfico, sea una realidad porque eso nos hará más felices.