Te propongo un juego, intenta mencionar en un grupo de amigos el cambio climático, los tratados de libre comercio, el aumento de los sentimientos nacionalistas en Europa, las leyes de protección de datos digitales o las filtraciones de estos últimos y su venta a empresas de publicidad o incluso partidos políticos. Puedes mencionar cualquier cosa que te preocupe seriamente sobre el estado del mundo actual. Observa la reacción. Ahora menciona la última serie de Netflix que estás viendo. Observa la reacción.

En la amplía mayoría de los casos, el primer ejercicio llevará a un silencio incómodo, quizás dos o tres afirmaciones trilladas como «los catalanes son esto o lo otro», «qué me importa que hagan con mis datos», y luego pasaréis a otra cosa.

El segundo ejercicio sin embargo puede generar un debate entretenido y acalorado, cada uno insistirá en que le gusta de la serie en particular, que otras series están viendo, qué series recomiendan etc.

Esto no significa que no nos interese el mundo. Significa sencillamente que la complejidad de este nos supera, mientras que la familiaridad de las series, del cine, del ocio y del tiempo libre nos reconforta.

Es infinitamente más fácil hablar de qué hiciste en Semana Santa que de la destrucción de los ecosistemas. Más llevadero resumir tu finde en la montaña que hablar de la privatización de los espacios públicos (entre ellos la montaña misma).

Y así, lo decimos nosotros mismos o se lo hemos oído al amigo de turno más de una vez: «Yo paso de política». En sus versiones más actualizadas se incluyen éxitos como: «Todos los políticos son unos corruptos», «la política no sirve de nada», «son todos del mismo bando» o «que yo vote no va a cambiar nada».

Dejemos de un lado el hecho de si estas afirmaciones son ciertas o no, y centrémonos en algo que parece más evidente, el mismo sentimiento que las genera a todas: estamos desconectados de la política.

Dejemos de un lado también estadísticas (las últimas elecciones generales de 2016 contaron con la participación más baja de la actual democracia de este país), número de imputados por casos de corrupción, tarjetas black y la rampante desigualdad y empobrecimiento de la población (el 28% de la población vive en riesgo de pobreza y exclusión social). Hasta el procés. Dejemos de un lado todo. Imagina que no has oído nunca la palabra política y alguien se sienta delante de ti para resumirla con una sencilla frase: «la política es la manera que tenemos de organizar las cosas para poder vivir en sociedad». Es un ejercicio sencillo, puedes hacerlo de otra manera, puedes sustituir la palabra política que tanto te molesta por otras, «organización» «gestión» «regulación», etc. Una vez que hayas eliminado todos tus prejuicios contra la palabra, quizás podamos admitir que la política (insisto: gestión, organización, regulación, etc) es bastante necesaria. Sin ella la vida en sociedad sería básicamente imposible. No es difícil de imaginar, algo parecido a la ley de la jungla: Es lo que hace haya una cierta repartición de las tareas, trabajos y ocupaciones que hacen posible una vida rodeada de gente que colabora en ese bienestar.

Y aunque sí, es cierto que la política actual aburre, desmotiva, es extremadamente deficiente ante el poder de las grandes empresas y el capital, quizás más deficiente si cabe ante nuestros propios defectos inherentes como la codicia, el ego, la ignorancia, el tribalismo, etc, una cosa está muy clara: es un enorme acto de estupidez decir «yo paso de política».

La gente que más pasaba de la política, incluidos los que usan hoy la dichosa frase, acabaron metidos en política a la fuerza. Los pueblos nativos de todo el mundo (con sistemas de organización sencillos y rudimentarios) fueron exterminados o esclavizados porque la 'política' de los colonizadores sencillamente funcionaba mejor y acabó controlándolos. A las mujeres les pasó lo mismo, el sistema 'político' las excluyó durante toda la historia de las sociedades antiguas y modernas hasta que muchas de ellas decidieron que querían participar en él. Hay algo terriblemente triste y oscuro en la política, y es que te guste o no va a acabar afectándote. En una sociedad global como la actual no hay sitio donde esconderse de ella, de la gestión, de las leyes, de los grupos organizados. Nos toca ser políticos a la fuerza.

Y sin embargo, ¿qué ocupa nuestras vidas? ¿Qué hacemos con las horas de nuestro tiempo, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos? ¿Y con las horas de nuestros diálogos con amigos, conocidos, tenderos, etc? Una cosa está cada vez más clara, no es la política. Es el ocio lo que preferimos. El mero entretenimiento.

En un momento de la historia de la humanidad como este, dónde el ejercicio político es tan vasto, tan complejo, tan desalentador y a la vez tan necesario, nosotros elegimos contar los días par el estreno de la tercera temporada de Stranger Things. Y así nos va.