El 29 de septiembre de 2010 los principales sindicatos de nuestro país convocaron una huelga general como protesta contra la reforma laboral aprobada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Sin embargo, la campaña publicitaria de UGT nada decía acerca del asunto que motivaba la huelga y dirigía sus cañones contra los empresarios y contra el Partido Popular. El sindicato reclutó al actor David Fernández, alias Chikilicuatre, como protagonista de una serie de vídeos en los que se perpetraba una sátira burda de la figura del empresario. El dirigente de CC OO, Ignacio Fernández Toxo, hubo de recordarle al sindicato amigo que «las huelgas no se hacen contra el partido de la oposición». Los vídeos incidían en la idea de que la crisis era responsabilidad de empresarios y banqueros; de Zapatero nada se decía.

A aquella huelga le faltaba, por una de sus partes, la crítica precisa y abierta de aquello contra lo que se organizaba nada menos que una huelga general. A la pasada huelga del 8 de marzo le sucedía lo contrario: le colgaba una rebaba fastidiosa.

Ninguna polémica habrían suscitado las huelgas, paros y manifestaciones del 8 de marzo de haberse mantenido en su forma original: protesta contra toda discriminación hacia la mujer. No obstante, se utilizó una táctica muy socorrida, adhiriendo controvertidas cuestiones ideológicas a una reivindicación que concita consenso. Por mencionar dos puntos polémicos, el manifiesto de la huelga señalaba al capitalismo como origen de diversos males de las mujeres y reclamaba la total despenalización del aborto. La ceremonia de confusión alcanzó su plenitud en Murcia, donde la manifestación acabó en las vías del tren.

Fue Esperanza Aguirre quien habló, en tiempos de los Gobiernos de Zapatero, de la habilidad de los socialistas para suscitar debates ideológicos que servían como trampas para que los populares aparecieran como un ´nasty party´, un partido antipático. Los redactores del manifiesto del ocho de marzo parecen haber aprendido la estrategia. Según se declaraba, la exigencia principal de la huelga no era otra que «la plena igualdad de derechos y condiciones de vida»; ¿quién, sin parecer algo más que antipático, podría oponerse a tan recta reclamación?

Como aseveró Vargas Llosa, el manifiesto resultaba, cuando menos, «muy discutible», porque, entre otras cosas, «no es verdad que el capitalismo sea el causante de la desigualdad de la mujer». Verdad o no verdad, la trampa estaba tendida y no era fácil sortearla.