Roque Ortiz ya estaba cesado pero actuaba como si no lo estuviera. Sus polémicas palabras en una reunión del PP, desveladas la pasada semana por LA OPINIÓN, fueron de una obscenidad tal que no admiten otra salida que no sea la dimisión. Aun así, el concejal siguió imponiendo su presencia en el Ayuntamiento sin que el alcalde rechistara. Como si está situación insostenible, que tanto recuerda a la de PAS, se pudiera alargar por más tiempo sin pasarle una factura demoledora tanto a él como a su partido.

En realidad, Ballesta ya lo había depuesto en su fuero interno pero también actuaba como si no lo hubiera hecho. Es quizá su forma de retrasar lo inevitable. Su manera de plantarse ante López Miras y mostrar que no se deja impresionar a la primera de cambio por San Esteban; y sobre todo de dejar muy claro que, puesto a sacrificar a su concejal, lo haría muy a su pesar y con todo el dolor de su corazón.

Cabe, cómo no, otra interpretación: que Ortiz tuviera cogido a Ballesta por los pelos cortos. No se entiende si no la mansedumbre mostrada en aquella reunión en que el concejal se desmelenó, y en la que el alcalde tampoco rechistó. En ese caso, lo que realmente atenazaría a Ballesta es que su concejal se fuera de la lengua. Y vista la personalidad explosiva del interfecto, tendría motivos para temer lo peor. ¿Qué no se puede esperar de un gestor que larga públicamente que está dispuesto a gastarse en alumbrado público, probablemente como en otras ocasiones, «un dinero sin hacer convocatoria pública»?

Ciudadanos, entretanto, se frotaba las manos. No tenía ninguna prisa en que Ballesta hincara la cerviz, porque cuanto más durara este calvario para el PP en la región, que se une al que arrastra a escala nacional con la senadora murciana Pilar Barreiro, más provecho sacaría en las urnas. Guste o no, es el que tiene la sartén por el mango. E impone sus condiciones. Con sus votos puede poner o quitar alcalde o permitir que se aprueben o no unos nuevos presupuestos generales.

La oposición de izquierdas lo sabe, pero reaccionaba, como era su obligación, anunciando una moción de censura que sabía que no llegará a prosperar. Bastaría con que Ballesta se desprendiera de Ortiz para que Ciudadanos volviera al redil. Por lo menos hasta que el PP le dé una nueva oportunidad con algún otro caso de corrupción, que no tardará en llegar.

Porque si algo ponen a las claras las palabras de Ortiz es que no estamos en modo alguno ante un ´error verbal´, producto de un temperamento volcánico, como lo justifica Ballesta, sino ante una forma de entender y ejercer la política, que en la región, por desgracia, conocemos muy bien. Que nos encontramos ante un modus operandi sobre el que se ha sustentado la hegemonía política del PP en esta Comunidad. Una forma de gestión política plagada de corruptelas y basada en una red clientelar tejida a golpe de favores de todo tipo.

Lo que se intuía o sospechaba ha quedado definitivamente claro con las palabras inequívocas de Ortiz. Tanto cuando se dirige a la gente de las concesionarias «para que no se olviden que el PP les ha conseguido trabajo», como cuando advierte a los suyos y a afines que «muchos están donde están gracias al PP».

Muy mal tienen que estar las cosas en el partido de Valcárcel para que a través de filtraciones interesadas, y no hay ninguna que no lo sea, sus vergüenzas queden tan obscenamente al descubierto. ´Arengas´ como ésta de Ortiz ha debido de haber muchas. La diferencia es que antes eran a puerta cerrada y ahora se radian en la plaza pública. Y que en esta guerra de clanes ya parece valer todo.

Quedan, pues, todavía, en esta pugna a cielo abierto entre Ballesta y Miras gloriosas páginas por escribir. Mientras tanto, lo que se preguntaba la opinión pública es: ¿Cuánto tiempo más aguantará Roque Ortiz, virtualmente cesado, actuando como si no lo estuviera? «Cualquier día es bueno para dimitir», dijo éste cuando se hizo público el escándalo. Efectivamente, cualquier día es bueno para atajar la corrupción en Murcia.