Me dice el bonaerense Carlos Castellanos que del ridículo no se vuelve, y espero que se cumpla con esos cortabolsas agachadizos que, a la hora del grito ante la chusma o del auto de fe sobre la pira, se asustan y emcapuchan, votan independencia en secreto, de extranjis, como forajidos, o reos de patíbulo. Su fin de fiesta me recordó al drama de Lope con la muerte del Comendador, que asume el pueblo de Fuenteovejuna, con la diferencia de que en Cataluña sólo se la arroga una barriada y se zafan los verdaderos incursos, como en la obra de Agatha Christie Asesinato en el Orient Express, donde los homicidas se emboscan junto al mismo puñal, entre todos lo mataron y Ratchett solo se murió. Por eso el cagueta de la Generalidad, tras el balcón de la plaza San Jaime, cuando lo esperaba la muta para aclamarlo, le dijo a Junqueras: Aboca't tu que a mi em fa riure («Asómate tú que a mí dame la risa»).