Así deben surgir las tradiciones, supongo. Algo que, de manera más o menos espontánea, se produce en algún momento y se acaba repitiendo después una y otra vez por alguna fuerza interior que lo anima. La música, o por mejor decir, el ritmo, suele ser un motor fundamental para fijar el impulso que concluye en tradición. A los manifestantes de la Plataforma Prosoterramiento los debe mover a estas alturas, más que sus propias reivindicaciones, el sonido de las cacerolas, timbales, bocinas, silbatos y otros elementos de percusión convalidables en cualquier objeto que encuentran a mano. Ese tam-tam de resonancia ancestral arrastra al personal con la fuerza de un mágico mantra persuasorio. Al cabo de los días, desde la romería de la Fuensanta del pasado septiembre, los plataformeros han elaborado, queriendo o sin querer, una melodía insistente, pegadiza y curiosamente armónica que es reconocible ya por el oído de cualquier murciano. Los manifestantes de las vías se han convertido en una especie de cuadrilla de Pascua, auroros vespertinos o raperos country (por lo de sureños) que producen, pretendiendo crear estruendo, una melodía tan pegajosa como la de Paquito el Chocolatero, esa modalidad de chinchinpúm que, una vez que alcanza a tus orejas, no te abandona durante horas o días, una persistencia más prolongada que la de Rexona, y te ves a ti mismo sorprendido en cualquier momento recitando inconscientemente, sea cual sea la circunstancia en que te encuentres, «que no, que no, que no queremos muro, que no».

Lo normal de las caceroladas es el intento de producir ruido, sin más. Pero el ensayo de cada tarde en las vías ha ido creando, por inspiración colectiva, un ritmo, una cadencia, que ya podemos registrar como un estilo, un género popular que algún día los estudiosos añadirán a las canciones de siega, a las de ronda y a otras variantes populares del folclore, quizá, con justicia, con la denominación de sonidos de las vías. Uno de los temas más exitosos de Manolo Tena concluye su estribillo con el verso «y el mundo es una caracola». Por hacer pareado, aunque con una imagen menos poética si bien más realista, podríamos añadir que, en Murcia, durante estos meses, «el mundo es una cacerola». Y si hablamos de justicia, habría que decidir desde ya que si alguna vez llega el AVE a Murcia, en vez del clásico hilo musical, por sus altavoces debiera sonar el rasca-rasca-top-top-chin-pun, ras-ras de la cuadrilla de manifestantes que ha ingeniado tamaño hit sin autoría que, de ser descubierto más allá de nuestras fronteras locales, podría romper las estadísticas de demanda en Spotify.

Y esto es lo que pasa, que la música es tan atractiva y la verbena tan concurrida que no hay partido que se resista a acudir a las celebraciones en el sobreentendido de que son escrache contra el PP. Los partidos se han aficionado tanto a esta música que, en ocasiones, no se sabe si hay más militantes que plataformeros. Pero a éstos tampoco les viene mal esa audiencia después de tantos años desprovistos de apoyos para su reivindicación básica, el soterramiento. Por tanto, es legítimo que ahora todos se apunten a la fiesta, aunque se da la paradoja de que esto se produce justo cuando la Administración del PP, forzada por la presión de los vecinos (en principio, éstos en solitario) ha acabado concediendo el grueso del reclamo: el soterramiento de las vías.

Hasta ahora, la crítica política a la Plataforma de parte del PP, enunciada sobre todo desde los francotiradores que tiene instalados en las redes sociales, es que Podemos se había adueñado de la iniciativa vecinal, algo que, sin duda, ya le gustaría poder hacer a Podemos. No tira tanto este partido como para aglutinar a 50.000 personas en una manifestación en Murcia o a las miles (seamos prudentes en este recuento, aunque da igual que fueran más o menos de las que dicen) que contaba ayer la Plataforma que había reunido en Madrid. Si Podemos pudiera hacer algo así en Murcia, qué duda cabe de que ganaría por mayoría las próximas elecciones. Y no hay previsión objetiva de que algo así vaya a ocurrir.

Pero el PSOE, que pretende aparecer cono renacido con la nueva dirección de Diego Conesa, se ha apresurado a tomar protagonismo en esta batalla, y parece que se propone ´despodemizar´ el posible tinte político adquirido hasta ahora por la Plataforma añadiéndole el propio. No es casual que uno de los cargos de la nueva ejecutiva socialista, el que corresponde a Pedro López, haya sido titulado como secretaría de Plataformas y Movimientos Sociales. La palabra ´plataformas´ es un indicativo indisimulable, y más bien debiera escribirse en singular. López ha participado activamente en las concentraciones de la Plataforma, e incluso ha llegado a mitinear en ella acerca de que el PSOE forzaría una moción de censura en el ayuntamiento de Murcia, esto antes incluso del congreso socialista en el que fue elegido y en presencia de la portavoz municipal del PSOE, Susana Hernández, ajena a la existencia de ese propósito que, de llevarse a cabo, la convertiría en la principal protagonista. No cabe duda, pues, de que esa nueva secretaría intentará convertirse en el banderín de enganche del PSOE a la Plataforma, que hasta ahora también recelaba de los socialistas, pues éstos, tanto como el PP, los ha defraudado en el pasado. Que la casi totalidad de la cúpula socialista sacara ayer un autobús para participar en la manifestación ante Fomento es un indicio de la intensificación del activismo dictada desde la ´nueva Princesa´. Veremos si en esta fase el PSOE asume al completo las reivindicaciones de la Plataforma, es decir, que el AVE no llegue en superficie hasta la conclusión de las obras del soterramiento. Conesa sólo parece haber advertido que su partido se empleará en vigilar que los planes anunciados por el Gobierno se cumplan escrupulosamente.

A este respecto, el del cumplimiento de las promesas gubernamentales, aparecen algunos elementos de incertidumbre. El primero, relacionado con el presidente de Adif, Juan Bravo, el hombre que ha normalizado las relaciones institucionales y que ha abierto el diálogo, no ya sólo con la Plataforma, sino con el Gobierno y el ayuntamiento de Murcia, después de que sus antecesores parecieran estar más ocupados en cómo saquear u ocultar el saqueo de las obras del AVE en su trayecto hacia la Región. Para él se abre también ahora un horizonte complicado, pues podría quedar atrapado judicialmente en el caso del Canal de Isabel II si las investigaciones se prolongan, como parece, a la etapa de Alberto Ruiz Gallardón en la presidencia de la Comunidad de Madrid, de uno de cuyos Gobiernos fue consejero. Si Bravo tuviera que saltar de Adif por este imponderable, sus compromisos tendrían que ser recuperados por un sucesor tal vez menos dispuesto. Por otro lado, no es extravagante especular con que la situación de Cataluña pudiera arrastrar, después de Navidad, a una convocatoria electoral anticipada en España, creando otro impasse en las políticas ministeriales ya concertadas. No viene mal estar atentos a la evidencia de que, en esta fase política, todo pende siempre de un hilo. Por tanto, las desconfianzas de la Plataforma todavía tienen consistencia.

Mientras tanto, ahí están, convocados por su propio sonsonete musical, ese ritmo como de cuadrilla de Pascua en aguinaldo perpetuo que se contagia con el virus de una canción del verano. Ras-ras, raca-raca, flu-flu... Cada tarde, cada noche. La música, o lo que sea esto, los lleva antes que el tren.