Conozco a una adorable pareja marroquí que regenta una tienda cerca de mi casa. Sus hijos han crecido bajo las atenciones de los clientes del colmado, que abre de sol a sol seis días a la semana y solo cierra en agosto porque los dueños regresan a Marruecos, donde dejaron una vida de pobreza que, naturalmente, no querían para su futuro.

Es posible que cuando regresen a Murcia no les miremos igual, y vuelvan a perder ventas, como sucedió después de los atentados de París y Bruselas. Pagarán el pato, como otros muchos, de lo que está sucediendo a nuestro alrededor: Más víctimas en el camino de la yihad.

Esos tristes y silenciosos gestos denotan que nuestra sociedad, históricamente solidaria y respetuosa, está cansada de cantos de sirenas: tenemos la necesidad de protegernos y desconfiar, como perros apaleados que huyen del contacto humano. Y de que nos protejan.

Por eso, para quienes no tenemos nada que esconder, la presencia de policías y militares en la calle supone un alivio. Llevo años viendo agentes armados con metralletas en aeropuertos y zonas turísticas de Europa, y me ha confortado saber que había profesionales velando por la seguridad de los viajeros.

Entiendo que quienes se erizan cuando ven policías por la calle deben de tener algo turbio detrás. Yo no siento miedo si veo a la pasma cerca: es más, me alivia. Así que vamos a hablar claro y que den un paso adelante quienes se oponen a ello. Desgraciadamente, detrás de esa resistencia, las sus siglas y sus prédicas de telediario siempre están los mismos cansinos.

Hoy nos congratulamos ante la noble respuesta de los ciudadanos que se manifiestan para rechazar el terrorismo, o colocan velas y osos de peluche en las Ramblas de Barcelona; pero tras esa burbuja de buenismo late una tensión que revela lo hartos que estamos de lemas modélicos y bienintencionados. ¿Qué es eso de ´No tenemos miedo´? Pues claro que debemos tenerlo. Y exigir a nuestro Estado que no actúe de forma acomplejada ni tímida, sino que vire hacia una postura contundente frente a una guerra cobarde y sin sentido a la que nos arrastra nuestra propia tibieza.