No, no voy a hablar de cine. Voy a hablar de otra cosa. En los tiempos que corren el desencanto anida en la ciudadanía. A veces vivimos con la sensación de que nada funciona, de que la corrupción política lo inunda todo y de que los malos nunca pagan, amparados como están en el poder absoluto. Pero hete aquí que nos encontramos con una serie de jueces y a qué no decirlo, de valientes periodistas, que están haciendo un gran servicio a nuestra sociedad y que algún día tendrá que ser reconocido. Sabemos cómo funciona la clase política: la lío parda, hago la tres catorce y cuando se destapa el tema (si se destapa) me encargo de que mi partido presione a jueces, fiscales y periodistas para que la cosa «quede en nada». Esto vale, en efecto, para magistrados que tienen ambiciones, digamos, pseudo-políticas, que quieren hacer carrera en Madrid llegando a tribunales más mediáticos y por ende, politizados. Pero resulta que hay una clase media judicial, una serie de magistrados que son felices en su juzgado de instrucción, que viven donde quieren y que ejercen la judicatura en una ciudad o pueblo del que no tienen intención de moverse, que no tienen 'ambiciones políticas' y que se sienten satisfechos ejerciendo su trabajo. Punto. Esos son los ciudadanos que están salvando la democracia: inquebrantables, rectos, incorruptibles y valientes hasta el extremo. Esto ha ocurrido con casos como los llevados por Alaya o el juez José Castro que deben haber sufrido las mil y una presiones: llamaditas, filtraciones, que si un consejo, que si una amenaza? Que por nadie pase. Viven con todas las miradas puestas en ellos desde esas dos entidades omnímodas que son PP y PSOE. Y han aguantado. Igual ha ocurrido con fiscales (recuérdese el caso de Murcia) o aguerridos periodistas que luchan contra la corrupción pese a que el enemigo es poderoso y sobre todo, malvado. Alguna día habrá que hacer un homenaje a esta gente.

Abrazote chillao.