Ninis. El concepto. Ya sabéis: ni estudian, ni trabajan. Porque no les da la gana, claro. Porque están consentidos de más, porque prefieren pasarse el día enganchados al móvil y la plei y porque (siguiendo el hilo lógico de la argumentación) a ésos los ponía yo a picar piedra etecé etecé. Ninis. Fascinante concepto. Primero difundimos el cliché de los ninis y a continuación ya podemos enterarnos por la prensa de que tanto el fracaso escolar como el desempleo juvenil están por la estratosfera. Nos dará igual. La culpa es de ellos, que son más vagos que el suelo. De los malditos ninis. Claro.

No es de ese tipo de ninis de los que yo venía a hablar hoy, obviamente. Yo venía a robar. Me quedo con la palabrica, y la redefino. Yo quería hablaros hoy de los ninis del «yo no soy ni de derechas, ni de izquierdas», los del «ni machista, ni feminista», los del «ni defiendo a Franco, ni a la República», los del «ni que mueran en Siria ni que se refugien aquí». Una cosa que esté bien. La corrupción es mal, pero dan trabajo. Mejor no reabrir heridas (ni cunetas). Me parece muy bien que hagan huelga, pero que no molesten. Y así todo. Esos ninis. Ese otro concepto. Ese otro cliché. Ni son familia tuya ni dejan de aparecer por tu casa. Porque son tus cuñaos, claro. Y son muchos, pardiez.

Voy a tomar perspectiva. Voy a empaparme de este estereotipo de país nini y voy a leer la prensa. Voy a leer, por ejemplo, que el 13,1% de los trabajadores españoles vive en riesgo de pobreza. O que el índice Gini (el más utilizado para medir la desigualdad) está entre los más altos de la UE. O que somos el segundo país del mundo, tras Camboya, con más víctimas de crímenes de guerra sin identificar. O que hasta la fecha solo hemos acogido a 886 de la raquítica cifra de 9.323 refugiados sirios comprometida con Europa hace dos años. O que la corrupción nos cuesta 90.000 millones de euros al año. Y le voy a encontrar sentido a todo. Claro. Los ninis. Con tal de no mojarse, tragan. No se sabe realmente si nadan, pero su ropita siempre queda seca y guardada. Excepto la cartera. Y ese tipo de chistes.

Pero luego leo una noticia que me impide seguir, con eso de la perspectiva. Ni con las alegorías fáciles. Ni con las coñas marineras. Leo que ya se han producido treinta asesinatos machistas en lo que llevamos de año, tres de ellos solo el pasado fin de semana. Leo que seguimos sin Pacto de Estado contra la violencia machista, y que, pese al compromiso del Gobierno y al voto unánime en el Congreso a favor de su promulgación, los Presupuestos Generales del Estado para este año asignan 0 (cero) euros a su financiación. Leo a la presidenta de la Comunidad de Madrid diciendo que la igualdad legal ya está conseguida. Leo a una famosa entonando el famoso «ni machista ni feminista, persona» (pero recomiendo leer la entrevista completa, porque las preguntas del ´periodista´ son pura carroña).

Y me cabreo. Y me pregunto de dónde viene el prestigio de esa extraña ´neutralidad´, por qué viste tanto entre nosotros el extremocentrismo, para qué sirve la ropa seca en este país de machetes y machotes. Y conste que es una postura legítima, por supuesto. Como pasarse el día jugando a la plei. Solo que más inútil.