Hace aproximadamente unos siete años, escribí en este mismo diario que el PSOE se enfrentaría en un tiempo no muy lejano a su posible desaparición. Ahora, estamos precisamente en ese crucial momento. Para afirmar aquello, no es que yo tuviera dotes adivinatorias, ni mucho menos; sencillamente, observaba como el PSOE había perdido su espacio político. Y es que la política no deja de ser en realidad una cuestión de espacios.

En política, hay tres espacios: el derecho, el izquierdo y el centro. Todos los espacios tienen más o menos la misma superficie. El centro, hoy en día, es como no ser nada, ya que tanto la derecha como la izquierda actuales invaden una parte de ese espacio, así que ningún partido puramente de centro conseguiría gran cosa en este panorama. Por su lado, la derecha es la derecha, y no suele tener rivales en ese espacio. Además, en España, donde se sufrió una dictadura de derechas, la ultraderecha no tiene cabida, así que, como mal menor, esos votantes votan a la derecha tradicional. Por su parte, la izquierda (y más hoy en día) está absolutamente diluida, no solo en España, sino también en toda Europa. En el lado izquierdo tienen que entrar los socialistas, los comunistas, los nacionalistas y los populistas (populistas, por otro lado, que parecen de izquierdas pero que, en realidad, son el germen del nacionalsocialismo). Lógicamente, compartir un mismo espacio entre cuatro partidos es complicado, así que hay que intentar ocupar el mayor espacio posible para representar a la mayoría. Antiguamente, ese espacio lo ocupaba casi por completo el PSOE, pero cuando el PSOE dejó de ser el PSOE, los otros partidos aprovecharon la circunstancia para hacerse fuertes y ocupar más espacio de esa parcela. Espacio que, de algún modo, les otorgó el PSOE, como hizo con los nacionalismos catalán y vasco.

Ahora, el PSOE quiere volver a recuperar su parcela, y quiere hacerlo de la mano de un líder que, a priori, parece cualquier cosa menos un líder. Tras las primarias, queda claro que en el PSOE existen dos posturas, dos conceptos y dos análisis completamente contrarios, que son el de Pedro Sánchez y el de Susana Díaz. Ahora que Pedro Sánchez se ha hecho con la secretaría general del partido, tendrá que enfrentarse a un enorme trabajo. Para empezar, deberá unir un partido que está completamente dividido en dos y con dos posturas enfrentadas. Para continuar, aparte de a sus militantes deberá convencer a los cinco millones y medio de votantes que votaron al PSOE en las últimas elecciones de que votar al PSOE sirve para algo. Para seguir, deberá definir qué es este PSOE absurdo de hoy en día, perdido en la demagogia de la palabrería (miembros y miembras), en la ausencia de ideología (dirigentes que dicen defender lo público pero que llevan a sus hijos a colegios privados) y con una ausencia total y absoluta de dirigentes preparados (solo hay que ver los currículos de los candidatos).

Y, para terminar, por si esto fuera poco, deberá decir si España es una nación de naciones, donde Cataluña vale más que Galicia o Euskadi más que Extremadura. A ver con qué nos sorprende.