La Pinza es un programa radiofónico coparticipado, y que, he de decirlo, tiene un cierto nivel, sin pecar por ello de inmodestia. Se tratan temas de interés general, de diferentes naturalezas, aunque, por lo general, la audiencia no devuelve tal interés, también tengo que decirlo. Nos tienen ustedes todos los miércoles a las 19 h. en 97.7 Fm, Radio Torre Pacheco, y luego la emisora 'nos cuelga' en YouTube o Facebook como a los bacalaos, durante un tiempo? Y, a veces, tocamos un tema que luego la gente te va parando por los mentideros y te va soltando lo que no está en los escritos. Hubo uno en que el personal estuvo frotándose las escoceduras durante más de una semana, y que pedía repetir porque no se había hecho suficiente sangre como para el gusto del respetable. Se trataba de la seguridad ciudadana. Algo con lo que, en plena epidemia de cacos, gamberros y golfos, la ciudadanía se muestra hipersensibilizada.

Y no voy a decir yo que no les asista sobradas razones, cuando los robos en casa y en los negocios están a la orden del día (con mercadillo incluido, para más inri y vergüenza, donde te restituyen lo robado por un módico precio). El problema es que la solución en estas situaciones es otro problema, porque en una de decadencia y deterioro, la inseguridad es una consecuencia que se tenía que haber previsto y no se hizo en su momento. Lo políticamente incorrecto, como este mismo artículo, ya saben. Y porque el poner un guardia en cada esquina de cada calle es taxativamente imposible y una excelente excusa. La cuestión no es esa. Mi experiencia de más de veinte años de juez de paz es que el principio de autoridad ha quebrado por la aplicación de leyes laxas y permisivas como antítesis reactiva a las tiránicas y represoras heredadas de la dictadura. Si bien, ninguna justifica la otra. Antes, con menos dotación policial se obtenían mejores resultados. La cuestión se basaba en los principios y en el respeto.

La Administración acusa a la población de falta de denuncias. De que son éstas las que mueven la maquinaria de las disponibilidades y los medios. No siempre es así. Además, el denunciar en este país supone un severo castigo para el denunciante (no para el denunciado), que se ve machacado por una burocracia insensible, encima de haber sido víctima de la delincuencia. Y este es la principal causa de que las estadísticas sean más falsas que reales. Lo cierto, es que se producen más actos de delincuencia de las que se dicen. Muchos más.

El arrestar a los delincuentes fichados y habituales cuando se produce un hecho delictivo (ejemplo, las gamberradas en las procesiones sevillanas) y ponerlo a disposición judicial, no demuestra la autoría del hecho, si bien produce un efecto placebo y tranquilizador en los ciudadanos, cuando saben que ha habido detenciones. Aunque, ya digo, al poco hay que soltarlos, una vez más, por falta de pruebas. Esto hace que la aplicación de las garantías procesales de nuestro ordenamiento jurídico, cree, si cabe, aún mayor desconfianza en la gente. Habría que buscar algún medio de formar, informar y educar a los ciudadanos en la aplicación de las leyes, y aconsejarles lo que hacer en cada caso, y los porqués, y los cómo, a fin de lograr una más efectiva colaboración ciudadana, además de agilizar el sistema de juicios rápidos.

Pero habría que aumentar, eso sí, la gama de los efectos disuasorios de que dispone la sociedad. Mayor presencia policial en lo posible; establecimiento de una policía de proximidad, o, en su defecto, un sistema de vigilancia civil; implicación de la ciudadanía en la observancia e información; canales abiertos, ágiles y efectivos para ello; cámaras de vigilancia urbana estratégicas; sistemas de, ¿por qué no? vigilancia privada, combinada y en cierta medida? Cualquier cosa mejor, mucho mejor, que las patrullas ciudadanas modelo somatén que la desesperación mal-aconseja cuando el abandono, la dejadez y la desidia conducen la situación a ciertos extremos?

Un pueblo, una ciudad, con güetos, con zonas o barrios deprimidos, con calles donde imperan las carreras de vehículos, con ruido y escándalo indiscriminado a cualquier hora, con lugares donde la sensación de inseguridad y desamparo es acusada? resulta proclive a la aparición de los gamberros, los delincuentes, y el aumento de robos y allanamientos, entre otras lindezas y perlas del común. No es una teoría, sino un hecho contrastado. Y si las autoridades no reaccionan, ha de ser la ciudadanía lo que les obligue a reaccionar con los medios a su alcance, que haberlos, háylos? Y esos no son el tirar la piedra y esconder la mano, ni el bla, bla, bla, ni el esquineo, sino comprometiéndose en la solución del problema y dando la cara. Y demostrándoselo al delincuente.

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