Largos veinte años sin ti, José María Párraga, se han cumplido. No quisiste envejecer junto a los que nos quedamos aquí, perplejos y estremecidos ante tu marcha y ausencia. Pintor rico en palomas culipavas y aspavientos del alma; de mujeres fertilizadas y pregones de ciego donde hasta la bufa de la salmodia es elegante en tu trazo. Maldito sea quien haya de ser que nos ha privado de estos veinte años de tu lujuriosa amistad, de tu risa franca y contagiosa, de tus andares cansinos de aceras infinitas. De miles de dibujos que hubieran salido de tus manos, tan mal explicados y trazados como los de Goya o los de Picasso. Tú tampoco, como ellos, sabías dibujar. No esperes homenajes oficiales, ni flores de plástico, olorosas como ascensores perfumados con ozonopino. Mañana pasaré por tu monumento frente al Almudí por si algún mensaje, memoria o recuerdo principal. Aunque no creo. La vida sigue siendo surrealista sin ti; más indignada e indignante, la llaman transversal cuando quieren decir insoportable.

He hablado y escrito muchas veces de tu muerte; de aquella mañana que te esperábamos en la radio y las lágrimas de Adolfo que me dijo lo no que nunca hubiera querido oír, la mala nueva de tu angustia frente al espejo; de aquella noche en la que tus colegas te echaron el alboroque y te querían llevar de copas, tieso, desde San Juan de Dios, donde te velaban, sin gafas. ¿Por qué sin gafas? Al Sur, templo de la bohemia que acababas de abandonar a la fuerza y contra la corriente. Tenemos que olvidar aquel mal trago del corazón, hablar de tu vida y, si es que lo hacemos de tu ausencia, hagámoslo poniéndote al día de lo que nunca sucede, o de lo que ocurre trascendente. Tienes una hija, Roxana, que aparece en el facebook (que no sabrás lo que es) riéndose con tu misma risa cuando viaja con sus amigos por Europa.

Les enseñaste el camino a Garza y a Pepito Marcos, entre otros, y se fueron a buscarte como quien busca barro en las acequias para la escultura de su vida. Como quien busca el alimento necesario, el oxígeno. Así hacemos los que nos hemos quedado sin aliento, los que llevamos veinte años con este goteo interno que es durísimo. Arritmia permanente en los vasos agotados de tanta sangre espesa, de tanto vermú sin tomar, sin anchoa alguna con cebolla que echarse a la boca.

Llevo tu foto riéndote en mi billetero, la que plastifiqué un día sentimental entre los siete mil trescientos que nos faltas, aún. Tú que puedes elegir, porque eres capaz de volar, cítame un día cualquiera, a las puertas del Prado, si es posible, que allí te veré para abrazarte sin consuelo.