Viviendo en Murcia cómo no voy a estar de acuerdo con que tiene que llover. Y diría más, que lo haga a cántaros no sólo para solucionar nuestra pertinaz sequía sino para arramblar de una vez con la corrupción y, como diría Pablo Guerrero, dar paso a un nuevo tiempo de mayor honestidad y libertad. No creo, sin embargo, que el agua caída del cielo sea la solución para resguardarnos del rayo eléctrico que nos cae encima cuando abrimos el sobre con la factura de nuestra más amarga compañía. Nuestro enérgico presidente tiene, como es obvio, más luces que nosotros, pero a veces parece como si se le hubiera fundido algún plomo a la hora de alumbrarnos con su clarividencia. Hay que temerle cuando se le enciende la bombilla. Lo más barato, por ahora, es el sol. Y también lo menos contaminante si dejamos la capa de ozono en paz. Y lo más universal. Y, además, inagotable, como nuestra paciencia. Y por si no lo sabe, en Murcia y prácticamente en el resto de España somos ricos en sol. Ya sé que usted, como las eléctricas, no paran de cortocircuitar el desarrollo de las energías renovables. La solar se ha convertido en un filón para freír, a base de impuestos, a aquellos particulares que han decidido poner un panel en su casa o en su inversión. Recorte va, estacazo viene, nos electrocuta el presente al conjunto de los ciudadanos para garantizarse una puerta de futuro. De ahí su defensa de la lluvia en este campo (en los otros campos ni está ni se le espera) que convertiría en mortal el calambre que recibimos de la factura eléctrica. Ni se le ocurra nacionalizar la electricidad ni toque un cable a las eléctricas, que lo que hace falta es que llueva, pero a cántaros.