Mis amigas feministas más radicales dicen que Disney ha hecho mucho daño, especialmente por las expectativas, pero el caso es que también ha hecho mucho bien, al menos en cuanto a metáforas se refiere. Puede que ya no sea muy realista esperar que tu príncipe venga a rescatarte en un caballo blanco, pero viene bien que lo haga en su coche. Los dragones y villanos de toda la vida son, en nuestro siglo XXI, las neuras. Sí, amiguitos, no hay enemigo peor que una neura, porque se te mete en el cerebro y destruye desde dentro. Los aliados -tipo tetera y candelabro en La Bella y la Bestia, o Timón y Pumba en El Rey León- son, en última instancia, tus amigos. Que no hace falta que te canten un Hakuna Matata o un Bajo el mar con coreografía: que a veces basta con que te acojan en su casa, abran una botella de vino y te den una bata (no hay mayor gesto de amistad que el que, en casa ajena, te den una bata). Y luego están las escenas cumbre. La del beso en Pocahontas, la del beso en La bella durmiente y la del beso en Aladdin. Es verdad: muchos de los recuerdos inolvidables tienen un beso. Tampoco hace falta que sea en la América precolonial, ni en el Medievo idealizado, ni en la Arabia de las lámparas maravillosas. Al final, los escenarios más habituales de este siglo, en este país, tienen asfalto, ruido y tecnología de por medio. Lo cual no quita que haya días en que sea lícito, y una maravilla, tener Un mundo ideal.