La silla de madera se te clavaba en la columna, presionado sobre ella, buscando cómo usarla como escondite, pero no había postura posible. En medio de la procesión, con la bolsa repleta de caramelos bien sujeta bajo los pies, apretabas el cuerpo agarrotadico contra los maderos de aquellas incómodas sillas, y te escondías bajo el brazo de tu padre, apretando su jersey, tapándote hasta el filo del ojo, por el que seguir observando cómo se acercaba aquel personaje de otro mundo que sabía todo lo que habías hecho mal y que por la noche podía estar debajo de la cama o en el armario.

Mirabas por un mínimo agujerico entre todo aquel esfuerzo, por si se iba a acercar a ti. El demonio de la procesión del Domingo de Resurrección era uno de los tragos a pasar del año, y recuerdo perfectamente aquella sensación cuando te miraba y te sacaba la lengua y el miedo te paralizaba un instante€ Querías que pasara y que pasara, como el dragón del Entierro. Y sobre todo querías que ya no te diera miedo para poder reírte como todo el mundo, y acercarte a él para hacerte una foto y darle caramelos. Y decir en el cole que fuiste a la procesión del demonio y que te acercaste a saludarle.

Hasta que, año tras año, después de ver como los niños mayores se acercaban a él, y compartían caramelos y todos reían, llegó el momento. Con el tiempo aquella tensión se convirtió en júbilo, y querías que llegara el demonio para demostrar a los pequeños que había alrededor que ya no tenías miedo. Ahora tenemos otros miedos que no terminan nunca, y querríamos tener una varita mágica para quitarlos todos de un plumazo. Sin embargo, hoy, al ver al demonio, lo que más echaré de menos es el miedo que teníamos, ingenuo y real, que nos daba una lección de vida en una sencilla procesión en la que se representa el bien y el mal. Hay que seguir teniendo miedos, y hay que seguir aprendiendo de ellos, es una buena forma de celebrar la Resurrección de todos nosotros€ ¿No creen? Feliz Domingo de Resurrección. Vale.