Con cuidado y sin una bolsa que cubriera la escayola de su pierna, una joven ecuatoriana se refrescaba la cabeza echada en la orilla del agua, en la playa de Cala Cortina, la única existente en Cartagena, a la que ciudadanos y turistas pueden ir andando con total seguridad, gracias a la senda peatonal que ha hecho el Puerto este año. A escasos metros un grupo de estudiantes franceses parloteaba sin parar y, en el agua, los ojos de varios niños subsaharianos brillaban de alegría mientras chapoteaban a sus anchas. Un ir y venir de bañistas -la mayoría extranjeros- abandonaba y llegaba a la Cala el domingo, de forma que aquello era lo más parecido a la ONU, bromeaba José mientras yo sorteaba las avispas -que sí eran autóctonas- del lavapiés. ¿Es que no hay más playas en Cartagena?, me preguntó con tristeza Paloma. Sí, pero no están acondicionadas para el baño.