Con frecuencia, Verónica, mujer de cuarenta y pocos años, intercala en sus conversaciones una frase que me resulta tremenda, «¡Qué será de los hijos!». No es pregunta, es exclamación de incertidumbre. Verónica tiene hijos „Daniel de siete y Lucía de cinco„, no debería utilizar expresiones más propias de mi abuela que hoy sería más que centenaria. Verónica trabaja por su cuenta, es economista y abogada, y estudió un año en la London Schol of Economics, lo cual, ella lo sabe y lo explota delante de los amigos, me da mucha envidia no por lo que pudieran enseñarle allí, que también, sino por Londres y porque en esa escuela aprendió muchas de sus maldades Mick Jagger. Verónica es hermana de un amigo barcelonés, viejo compañero de fatigas de la facultad de Filosofía en la que escuchamos a Valverde, Lledó, Morey y Mosterín, entre otros.

Verónica volvió de Londres con un contrato bajo el brazo para empezar a trabajar en un holgado y estético despacho de la parte alta de la avenida Diagonal. Era la sede de una consultora de prestigio, de esas que están en todos los concursos, en todas las fusiones, en todas las auditorías y, años después, en la mayor de las crisis del sistema capitalista, pero entonces silbaron. A Verónica le tocaron los rescoldos de la crisis del 93, que no estuvo mal, pero duró menos, también acompañada, en nuestra versión local, del ´vale todo´ para botar a la izquierda del poder: preferiría no recordarlo. Verónica se casó, se separó, ganó mucho dinero y decidió instalarse por su cuenta. Sus hijos estudian en el Liceo Francés, tradición familiar. La semana pasada comíamos en un tradicional de Barcelona, L´Olivé, su hermano, ella, su actual pareja y yo, «¡Qué será de los hijos!». Incomprensiblemente, ni a la tercera vez de la exclamación de Verónica, ninguno dijimos nada. Lo comenté después a solas con su hermano, «Está melancólica», me dijo. «O sea, en la antesala de la depresión», le respondí. «No, hombre, no, es una descripción aristotélica de su estado de ánimo, ¿es que ya no te acuerdas de los clásicos?». Pues no, la verdad, en este caso estaba y estoy demasiado psicoanalítico, casi lacaniano.

Mientras por la megafonía del AVE de vuelta decían que habían encontrado un ´pisacorbatas´ y que «podía haber retrasos a la altura de Tarragona por robo de cable de cobre», pensaba en estas cosas. Porque, es verdad, lo demás no importa, ¡qué será de los hijos!