En sueños siempre se veía huyendo por tejados y azoteas. Nadie le perseguía y no recordaba el motivo que le impulsaba a avanzar sin mirar atrás, sorteando antenas parabólicas, ropa tendida, jaulas de palomas, pilas de madera hinchada por la lluvia y otros restos de ese espacio que, abandonado bajo el cielo nocturno, se extendía ante él tan gris y polvoriento como la superficie lunar. Soñaba con una huida sin motivo, y si era la angustia lo que le pisaba los talones tenía la certeza de que no desaparecería a lo largo de ese camino sin final. Sin embargo, el extraño consuelo que sentía bajo el aire liviano de la luna le hacía añorar después las pesadillas.

Cuando, con el paso del tiempo, se repitieron de forma esporádica esas escapadas nocturnas siempre coincidían con algún acontecimiento importante en su vida: un amor inesperado, la pérdida de un amigo, un trabajo, un reencuentro. Como no se daba cuenta en el momento en el que soñaba y solo recuperaba sus sueños al cabo de varios días, nunca pudo averiguar si eran un presagio o una confirmación, un aviso o una vía de escape. En la realidad nunca consiguió ir muy lejos. Tras un periodo de aventura al terminar la universidad, que acabó cuando se agotaron sus ahorros, volvió a la casa de su familia. Al principio pensó que sería algo temporal, hasta que lograra poner las cuentas en orden, pero poco a poco fue haciéndose a la idea de vivir siempre en el mismo lugar en que había nacido.

Un día se despertó en mitad de la noche. Con la respiración agitada, se incorporó y vio, como si fuera una pantalla de cine, las azoteas de sus viejos sueños, pero ya no como un paisaje lunar por el que huir sino solo como un recuerdo. La angustia había desaparecido y quedaba el consuelo. Un muchacho estaba sentado sobre un cubo de fregona puesto del revés. Detrás de él, una chica le susurraba algo al oído, mientras los dos miraban a lo lejos, donde los tejados tocaban las estrellas. En la azotea de al lado, la chica dejaba un vaso en el suelo, se descalzaba y le invitaba a bailar€ Ahora los extraños caminos del tiempo y de los sueños podían llevarle muy lejos. Ahora veía un cielo nuevo cada noche. Ahora sabía dónde encontrarla.