La novela policiaca está monopolizada por brumosos escritores nórdicos. Algo más abierto, el campo del espionaje después del 11S viene dominado por el excelente escritor proisraelí Daniel Silva. Su James Bond judío, el Gabriel Allon que no desdeña el asesinato como una de las bellas artes, es la antítesis de Smiley como confirmación de un autor que se niega a competir con LeCarré.

En Retrato de una espía, el protagonista fetiche de Silva habla con la exnovia norteamericana de uno de sus agentes del Mossad. La mujer despechada señala que:

-A veces deseo que no hubiera regresado vivo de la operación en los Alpes.

-En realidad no piensas eso.

-No -rezongó ella- pero me sentí bien al decirlo.

Es decir, la condena a muerte ante un extraño de la persona amada por la que se entregaría la vida, como terapia contra la separación. Si la expresión hubiera aparecido en Twitter, la policía de lo sentimentalmente correcto hubiera cargado contra la profanadora de la fraternidad universal. Es posible que estuviera detenida, además de ultrajada masivamente por la marabunta que teje las redes sociales.

Los descerebrados que ironizan sobre los 150 muertos en la tragedia de los Alpes se degradan a sí mismos y a Twitter, pero no queda tan claro que el Estado deba concentrarse en detenerlos, en lugar de mejorar los controles de los pilotos. Y también cuesta aceptar que puedan esgrimir la espada censora quienes rieron de buena gana en el primer episodio de Relatos salvajes, por no hablar de la sátira directa de las catástrofes aéreas en Aterriza como puedas.

«A juzgar por sus palabras» es una garantía de error. No está claro si los desmelenados de Twitter lo han convertido en un vertedero de odios porque confunden lo público y lo privado, o si por el contrario necesitan la publicidad para que el tratamiento surta efecto.

Desde que vi por primera vez el tráiler de Perdiendo el norte, me pregunté cuánto tardaría la policía intelectual en cargar contra la frase que Arturo Valls pronuncia en Berlín, «a mí no me mueven de aquí ni con otro Holocausto». Con el agravante del sopesado discurso cinematográfico, es el manifiesto reciente más ofensivo y salutífero que recuerdo. La polémica no ha aflorado gracias al efecto inmunizador de Ocho apellidos vascos, donde la crudeza etnográfica supera a la mayoría de tuits ofensivos sobre la matanza de los Alpes. A juzgar por nuestras palabras, estamos todos condenados.