Para mi alegoría facilona de hoy necesitaremos: una gotera. Imagínensela. Una gotera rotunda y profusa en el centro exacto del salón. Con su barreñico debajo. Y su metrónomo líquido: plop, plop, plop toda la noche.

Total, que hay que llamar para que la arreglen. Agarra uno las páginas amarillas y... bueno, no, las páginas amarillas no. Ésta es una alegoría ecologista y no se permiten despilfarros insensatos de papel. Se va uno al gúguel y marca el primer número que le sale por ´manitas Murcia´.

Lo primero que te llama la atención, del currela que viene a hacerte el presupuesto, es que conduce un Mercedes más grande que tu calle. Los zagales se juntan para admirar el carro y todo. Se baja del vehículo. Traje Armani. Peluco Omega. Las manos suavecicas como las de un marqués. Impoluto. Miedo va a dar, el presupuesto, ¿no?

Pero no. El presupuesto no sale caro, la verdad. Lo que pasa es que la empresa es la misma que llamaste las últimas ocho veces, y la gotera sigue ahí, y peor que nunca. Como que ya no te inspira tanta confianza, ¿verdad? Además, mientras te lo piensas, el manitas te suelta que le tienes que pagar el desplazamiento y la mano de obra ¡por venir a presupuestarte! y que si quieres factura, que, si no, te lo deja más barato. Y ya es ahí, mientras te rascas el bolsillo para darle al tipo sus treinta leuros, cuando te preguntas cómo es posible que semejantes mangurrianes lleven veinte años acaparando el mercado de los manitas a domicilio.

Quién en su sano juicio les seguiría contratando las obras, además de sus propios proveedores de yeso y silicona en barra. Y ya en un segundo estás tan cabreado que te sales de tu propia alegoría jocosa y acabas preguntándoles a tus lectores si a ellos también les parece una miaja fuerte lo de la propaganda institucional. Que se están viniendo un poco demasiado arriba ya, con las campañas de imagen, ¿no? Que los publirreportajes y las marquesinas y la ´decoración´ de los autobuses los pagamos entre todos. Y baratos, lo que se dice baratos, no son.