Precisamente escribo de ella en la hora que le pertenece, la de después del almuerzo, aunque bien sabido que existe la que atribuyen al borrego o cordero, antes de la ingesta del mediodía. La siesta tiene su literatura, desde que Camilo José Cela la celebraba con pijama, botijo y orinal; o cuando contaba la de Picasso desnudo a los cuatro vientos, como si se tratara de un recién nacido; y la de aquel otro despistado que para dormirla utilizaba un calcetín en un pie para, al despertar, saber si se trataba de siesta o noche. Dicen que los grandes estadistas siempre han tenido un sillón, sofá o mecedora cómoda donde ´quebrar el sueño´ en mitad de la faena. Y así no perjudicar a la humanidad con decisiones tomadas con sueño deficitario.

Los partidarios y adversarios de la siesta no se reconcilian fácilmente. Los primeros sostienen que no podrían pasarse sin el descanso diario que sigue a la comida, y que su equilibrio físico en general, nervioso en particular, sufriría si se privase al cuerpo de su reposo. Los adversarios afirman que no pueden soportar los efectos inmediatos al despertar, cabeza turbada por el dolor o el aturdimiento, sensación de que la digestión ha sufrido una disminución de su ritmo, y ello se manifiesta con mal sabor de boca y trastornos estomacales. Según Salvador Dalí dejó dicho, el sistema más ´suculento´ para dormir la siesta es el que ponen en práctica ciertos monjes de clausura. Reclinados en una silla, sostienen con la mano un gran cucharón, suspendido sobre un plato de arcilla. Cuando el sueño vence, cae el cucharón, rompe el plato y el ruido sobresalta y despierta al durmiente. Unos segundos „según el pintor„ han bastado para reponer fuerzas. Puede ser el equivalente a ´la cabezada´ típica en el sofá ante la televisión de nuestros agravios. En cuanto a la opinión de los médicos, es salomónica. Se establecen dos categorías; los amantes de la siesta recomiendan hacerla y que no dure más de quince o veinte minutos. Y hacerla siempre. Los que no gustan de este placer deben abstenerse del todo, porque es perjudicial la falta de sistema en este aspecto. O dormir siempre o no dormir nunca es la solución.

Los testimonios sobre el asunto se remontan a los orígenes de la medicina. Avicena en el siglo XI, recomendaba la siesta para facilitar la digestión. Pero Galeno tenía contraria opinión aunque admitía el reposo «para aquellos cuya naturaleza es dormir de día». Para algunos facultativos, alemanes por más señas, la postura ideal para dormir la siesta „y siempre que se descanse en un lecho„ es la de decúbito ventral, es decir, boca abajo. La posición sobre el vientre reduce la inspiración y favorece la expiración, con lo que se eliminan más fácilmente las secreciones de los bronquios, causantes de la bronquitis. El caso es que hay recomendaciones para todos los gustos. Siesta, si; siesta, no. Esta es la cuestión. Pero pararse un rato en el centro del día parece saludable.