Hace un tiempo, cada día, atravesaba el mismo parque de regreso a casa. En invierno, siempre saludaba a tres ancianos (dos mujeres y un hombre) que tomaban el sol en un banco; en verano, los volvía a saludar un poco más allá, en otro dispuesto bajo la sombra de un árbol. A veces, me paraba y comentábamos el tiempo o lo cochinos que son los dueños de algunos perros o los daños que producen los gamberros. Pero tan sólo unas semanas después, cuando pasaba junto al banco, ya sólo saludaba a dos de ellos. Desde entonces sé que la muerte es algo parecido a la ausencia.