Existió una vez alguien capaz de concluir que el fin justifica los medios. Y, además, se atrevió a escribirlo.

Han pasado quinientos años y, como se dice, ha llovido mucho. En Murcia, no, pero sí en los demás lugares. Sin embargo, lo que llueve desde hace varios años en nuestra Región es una oleada de injusticia que destrona la verdad y la autenticidad del ser humano en aras de la envidia y el odio. Se viven tiempos revueltos, en los que se busca, incansablemente, caminos que conduzcan al deshonor de quien es honorable. Y estos caminos no pueden existir ni deben encontrar lugar en una sociedad madura.

En los Estados avanzados, y el nuestro lo es, los poderes públicos se configuran como el instrumento del pueblo para autodirigirse en cumplimiento del ejercicio de su soberanía. Además, como consecuencia de la existencia del Estado de Derecho, la Ley prima por encima del puro poder político, y es precisamente la Ley la que liga la realización de determinados hechos con las penas o sanciones. De esta manera, el Ministerio Fiscal debe promover la acción de la justicia en favor de los intereses generales. Cuando todo esto se cumple, el Reino avanza hacia lo justo. En este marco de precisión jurídica y sentido común, nuestra Constitución impera como norma suprema que nos permite convivir en paz y armonía.

Pero no siempre estamos de enhorabuena.

Provoca tristeza descubrir que existen personas capaces de utilizar cualquier medio para lograr sus objetivos, y para ello son capaces de atentar directamente contra valores que es necesario preservar, destacando entre todos ellos la verdad y la justicia.

Es una fortuna encontrar, aunque sea muy de vez en cuando, dirigentes políticos con sentido de Estado, liderazgo, talento, sobriedad, compañerismo y vocación de servicio público. Lo que no se puede consentir, bajo ningún concepto, es que todos estos atributos caigan en el cajón del olvido por motivo de acusaciones con ninguna referencia a fundamentos de Derecho. Una sociedad organizada que se respeta a sí misma, lucha con todas sus fuerzas para apartarse de la ficción y potenciar la realidad, y aún más si le interesa tanto como ahora.

En efecto, una vez controlada la crisis económica, lo que seguramente nos queda a los españoles y murcianos es estrechar la relación entre Administración y administrado. Es lo que algunos denominan ´crisis institucional´ o ´desafección política´. Necesitamos hombres y mujeres que ejerzan los cargos públicos mediante un continuo ejercicio de conexión con su pueblo, potenciando así los vínculos y haciendo entender que todos remamos hacia la misma orilla; una orilla en la que nos espera la prosperidad y la felicidad.

Son muchos los exponentes de esta nueva línea de acción política dentro del Partido Popular destacando entre todos ellos la figura de nuestro compañero Pedro Antonio Sánchez, y, por tanto, objetivos de esta versión moderna de Maquiavelo, en la que en pleno siglo XXI se ha convertido el Partido Socialista, al que no le importa que naufraguemos todos; un Partido Socialista que quizás no quiere aceptar que la calma y la ventura vienen y vendrán de la mano del Partido Popular.

No sabemos cuál será exactamente su fin. Lo que sí sabemos es que no justifica sus medios.