Explicaba hace unos días Paul Krugman en su espacio en el New York Times (ni ese nombre ni esa cabecera son sospechosos de utopismo de izquierda, desde luego) que la deuda griega ya hace tiempo que dejó de constituir una cantidad con que operar desde la sensatez y la asepsia de las matemáticas financieras. El volumen de la misma es inmanejable e imposible de amortizar, lo que la convierte en otra cosa: en un relato, en una ficción. Con esa ficción tan poderosa, sin embargo, la troika ha impuesto sus medidas de electroshock económico, lanzando al país por una cuesta abajo hacia el Tercer Mundo y, por supuesto, estrangulando su ya de por sí mermada capacidad de recuperarse y generar balances macroeconómicos positivos. Lo importante para Merkel, Draghi y Lagarde no es que los griegos salden sus cuentas, sino completar sus experimentos de terapias de choque sobre la población helena y, sobre todo, que el ejemplo sirva para que el resto de la Europa periférica (la de los países centrales se rige por otros criterios, mucho más benignos) se someta solita y de buen grado a las descargas.

El resultado de las terapias, como siempre ha sostenido Krugman, no es otro que el estancamiento económico del continente. La mejor prueba consiste en que, cuando las alarmas de ´populismo´ saltan en Berlín y se hace necesario tomar medidas contra el riesgo de pérdida de control político, el BCE decide súbitamente inyectar liquidez en las empresas. De forma muy parecida, Montoro decretó una mora sobre el déficit autonómico, para que la siguiente oleada de recortes pudiese esperar hasta después de las elecciones de esta primavera.

Con los pírricos datos de mejoría del empleo que estas pequeñas prórrogas están produciendo, se nos vende ahora otra ficción: la de la recuperación económica. De aquí a mayo veremos si es más fuerte la fábula que nuestra capacidad, a estas alturas, de detectar la ficción interesada, señalar a los vendedores de humo y construir, entre todos, la respuesta que merecen.