Para los que tenemos claro, porque nos hemos tomado la triste molestia de consultar en Internet con cuantas pastillas de ibuprofeno 600 se quita uno de vivir mañana, y lo deja uno todo estancado en el día de hoy, para reposo definitivo y voluntario del ánimo; nada tememos de estos salvajes descerebrados capaces de convertir la humanidad en un lodazal de sangre y de terror.

Se convierte así nuestra libertad en un canto dulce a la memoria de las víctimas de la barbarie y de esa religión, o religiones, capaces de ennegrecer destinos inocentes. Son unos canallas, unos mal nacidos que debieron ser abortados; unos asesinos enloquecidos en su miseria. «€escabeche de espadas de pulpos de mal agüero€». Unas ratas, ahora arrinconadas, por la razón del colectivo pacífico.

No hay tibieza en la condena, todos estamos de luto aún sin haber conocido de cerca las viñetas y el humor satírico de sus lápices libres. «Todos somos Charlie», claro que sí, de corazón lo gritamos ante los dioses mendigos del fuego de bala que les alimenta; y les carga el fusil con el que acaban tan solo con unas vidas. No con alguna de las libertades que les pertenecían. Están llenos de odio, de rencor, de miseria, desalmados en el literal término del alma perdida, abandonada en qué se yo frecuencia de sus cerebros raquíticos y miserables, entrenados para la matanza de su misma especie; a tiros a bocajarro, cobardes y desquiciados.

Y ahora vendrá la ultraderecha reclamando sus derechos legítimos a intentar convencernos de lo que ya sabemos y lamentamos con profundidad de sentido común, con la creencia en el ser humano que nos va quedando escasa. No por el partidismo de siglas ni menesteres aciagos de la política de razas, sino por el discurso debido a decir y gritar que nadie puede matar a sus semejantes, ni propiciarlo, ni siquiera desearlo en pesadillas siniestras y malolientes.

Estos habitantes de la cloaca, cuyo origen no quiero mencionar, no por ninguna medrosa precaución, sino por no equivocar el punto de mira de su culpabilidad religiosa y fanática, y dejar a salvo inocentes voluntades, son el peligro de los cuatro puntos cardinales en los que se crían y enloquecen de forma colectiva. De uno en uno, de dos en dos, en grupo capitaneados por las divinidades de sus espíritus. Su proyecto de muerte repugna, es vomitivo para la especie humana; enmohece el paisaje de los seres vivos.

Malditos sean y ardan como rastrojos en ese más allá en el que creen y que no existe más que en sus cabezas perdidas, podridas y descompuestas.