No resulta común toparse con extensas enumeraciones de lo que la gente considera como sus virtudes. No resulta común porque tal empresa sería rápidamente etiquetada de pretenciosa; pero sobre todo porque a la mayoría de estos seres incongruentes que somos los humanos nos cuesta sudor y sangre ver lo bueno que tenemos que ofrecer.

No me considero excepción a dicha norma, aunque he de admitir que hay días en que intento romper las estadísticas. Hoy es uno de ellos. De esta forma queda advertido el lector de que, todo prejuicio que pueda poseer en relación a la falta de modestia, activará todas sus alarmas en tan sólo unas pocas líneas.

Hace tiempo que una servidora viene dándose cuenta de lo asombroso de sus virtudes. Gracias a diversas circunstancias, resulta extraño el día en el que no descubro una característica positiva de mí misma. Resulta que soy, sin una tizna de ironía, una persona espectacular. Y no, no se trata de una errata o una autocorrección de la palabra ´especialita´.

Soy esa clase de persona que tiene un radar a prueba de ancianos cuando se trata de ceder un asiento en cualquier medio de transporte público. Soy esa niña cuya renta no alcanza el primer corte del IRPF pero no duda en devolver objetos de alto valor cuando los encuentra paseando por uno de los códigos postales más adinerados del planeta. Soy la extraña figura que dobla la ropa a su paso por los mostradores en las tiendas, porque imagina nítidamente hasta que punto los dependientes están hasta el cerebelo de hacer para que les deshagan.

En ocasiones me encuentro a mí misma poniendo en práctica unos valores que me sorprenden día a día. Me veo bajándome de un coche en medio de una gran avenida por rechazo a los comentarios del conductor en contra de las libertades más básicas del ser humano; haciendo sentir a la gente incómoda en reuniones sociales al rechazar gélidamente toda mofa acerca de alguien con problemas mentales no reconocidos pero más que palpables.

A veces me observo recordándole a muchos sus propias imperfecciones cuando critican las tapitas del bar de cualquier mujer; desmoralizando el ambiente de reuniones sociales mientras enumero enfermedades mentales y demás devastadoras consecuencias de los estándares que la gente como ellos impone sobre la gran mayoría de nosotros.

Soy una agenda humana llena de recordatorios de cumpleaños, exámenes, entrevistas de trabajo y demás eventos tanto vitales como insignificantes. Siempre pregunto ´como estás´, y me siento tan afortunada cuando alguien me contesta de forma sincera, que escucho y sangro cada una de las sílabas que me quiera conceder.

Me niego a recibir más dinero del que me corresponde, o a pagar menos del que debo. Rechazo el etiquetado de un ser humano por su raza, religión u orientación sexual. No creo en la clasificación por colores de seres que combinan todas las sombras de la gama.

Tengo profundas dudas y fantasmas religiosos, y sin embargo hace tiempo que conozco el sentido de la vida. Por si no está enterado el lector, todo consiste en dejar el panorama un poquito mejor de lo que estaba cuando uno lo encontró, sin importar a dónde vaya después.

Dicho todo esto y callado lo que falta por decir, resulta cristalino a estas alturas que mis méritos como persona son inigualables, quizás exceptuando el pequeño detalle de que no me corresponde ni uno solo de ellos. Cada vez que cedo, devuelvo, ayudo, empatizo y recuerdo, estoy aplicando una serie de valores que, por mucho que me orgullezca compartir, son y siempre serán de prestado. Quizás el lector se encuentre confundido al ver como mi ego se quita los tacones, pero lo cierto es que todo este tiempo caminaba descalzo por la casa.

Yo nací un 30 de mayo, un poco más rechoncha que la media pero exactamente igual de corruptible. Durante mis primeros años en el mundo, fui extremadamente vulnerable a cualquier ejemplo externo, a cualquier palabra poco meditada. Pasé gracias a Dios la pubertad; no sin confusiones, errores, dolor, y algunos errores más. Podría decir que de todos ellos aprendí, pero lo cierto es que Ella me asistió en el proceso. A pesar de lo fácil que resultaba caerse por la borda dada la mar brava del momento, siempre me agarraba por el cuello de la camisa cuando el chapuzón parecía inevitable. Nunca cesaron aquellas manos de moldearme ni un segundo, a pesar de que habían de coordinar dicha tarea con la de alimentarme. Siempre se aseguró de que no olvidara mi principal obligación en este mundo: ser feliz mientras durara la película.

Todo lo bueno que soy hoy, como lo que reciben otros de mí, me ha sido regalado por Mi Madre. Se trata del resultado de lo que ha sido el proyecto más difícil de su vida, al cual se entregó con más pasión y amor de los que jamás el lector podría comprender. Lo cierto es que sólo existen tres personas en este mundo que puedan entender lo que todo este caos de palabras significa. Tres personas que representan el gran legado de otra, su mejor y más dolorosa obra hasta la fecha.