El otro día estaba parado en un semáforo y un chica no cruzaba la calle a pesar de que estaba en verde para ella. Miraba su móvil. Se había quedado mirando, supongo que tras leer un mensaje, con un gesto de ternura tal que sólo podría ser de alguien a quien debía querer mucho. Se quedó enganchada en ese gesto, regodeándose de felicidad, hasta que incluso le brotó una sonrisa natural extraordinaria, iluminada por la luz de su smartphone. Fuera lo que fuera lo que leyó la interactuación con el aparatito pasaba el umbral de lo físico. Nos hemos acostumbrado a llevar el teléfono en la mano y a que los mensajes y fotos cobren la vida de quien nos lo manda hasta el máximo. Aquel gesto sólo era reproducible con la persona en cuestión al lado y, sin embargo, ahí estaba. El semáforo se puso en verde para mí y tuve que seguir mi camino. Allí se quedó ella, obnubilada mirando la pantalla.

En los siguientes semáforos desde aquel día he vuelto a mirar qué hacemos con el móvil. Siempre hay alguien que habla, alguien que escucha música, y la mayoría, si les toca esperar, saca el móvil para enviar un mensaje o chequear los que hayan podido llegar. Nuestra forma e interactuar ha cambiado radicalmente. Podemos estar constantemente diciéndonos cosas que antes no nos decíamos. En el tranvía una chica leía algo en su móvil. De repente quedó impresionada. Levantó la vista y se percató de que el resto de gente estaba absorta cada uno en su pantalla, y suspiró. Se apretó el móvil contra el pecho y cerró los ojos. Por un momento pensé que se iba a poner a llorar€ Pero no. Se santiguó y volvió a encender la pantallita. Leyó otra vez con precaución, para que nadie se diera cuenta. Escribió algo muy rápido y cerró, besó la pantalla y apretó los puños cerrando otra vez los ojos. No supe de qué se trataba, la nota de un examen, un cambio de planes, un mensaje de alguien especial€

El móvil es una prolongación de todas esas noticias y situaciones. Es una ventanita a nuestro mundo, y lo tratamos casi como una parte más de nuestro yo. Es fácil observar cómo mucha gente se palpa el bolsillo por dentro cada poco tiempo, para tocarlo. Hemos desarrollado toda una capacidad de expresión alrededor de nuestros móviles, que hace sólo unos años no existía. Este verano se subastó una de las obras más chulas de Banksy, Mobile lovers, que refleja muy bien esto de la dependencia del móvil, o de cómo las pantallas, los aparatos ya forman parte de nuestra vida. Medio millón de euros y el colegio de Bristol donde lo pintó, al que se lo cedió el artista callejero, pudo salvarse del cierre. Es dependencia, sí, pero la cara de aquella chica en el semáforo, aquello me pareció algo sensacional.

Vale.