Durante la Semana de la Ciencia que se celebró en Murcia hace unos días en el jardín del Malecón pensé que ya tengo claro por dónde debe ir la salida de la crisis. Por la ciencia y la educación.

La ciencia nos salvará, no lo duden, y lo hará la Ciencia-Total, no exclusivamente lo que llaman la ciencia aplicada. Creo que actualmente estamos poniendo mucho el acento en que los científicos trasfieran rápidamente sus descubrimientos a resultados que nos aporten herramientas útiles para la vida, en lo que normalmente llaman innovación y desarrollo. Sin embargo no hay que olvidar que Marconi no inventó el telégrafo porque se propusiera inventar el telégrafo, sino porque tanto él como otros investigaron pacientemente durante décadas qué diablos son las ondas y cómo se trasmiten, casi por el gusto de saber cómo se trasmiten y qué diablos son las ondas. Por eso yo defiendo también a ultranza la investigación más básica. Un descubrimiento, por ejemplo, en una nimiedad química de un gen tardará años en convertirse en un conocimiento útil que aflore la posibilidad de curación de alguna terrible enfermedad. Incluso podrá ocurrir que tal descubrimiento no arroje aparentemente ninguna utilidad práctica, pero lo que sí es posible es que dé paso a otro descubrimiento, y a otro más, o a un experimento de contraste, o a una nueva técnica investigadora, o a una nueva idea para que otro equipo científico enfoque el asunto desde mejor ángulo, o a tantas otras cosas que hacen que cada grano aportado por la ciencia vaya haciendo cada vez más grande la montaña de ingentes conocimientos que nos hacen la vida más llevadera.

En ciencias de la naturaleza, por ejemplo, mis compañeros biólogos trabajan en asuntos clave casi desde el propio inicio del conocimiento humano. Y sólo ahora, tras décadas de trabajo callado, están comenzando a desentrañar algunas de las claves de la evolución, de las mecánicas de la vida y de las razones de sus éxitos y sus fracasos. Y conforme más se sabe, más crece la admiración por la sorprendente complejidad de la biosfera y por los increíbles descubrimientos que ha hecho la propia vida para conseguir ser y para perfeccionarse. Una ingeniosa forma de intercambio de materiales a través de las membranas de una célula; una inteligentísima manera de aprovecharse de las bacterias para que los rumiantes aumenten la capacidad calorífica de su pobre alimento; un sorprendente mecanismo para que una hormona llegue a donde debe; los hechos ecológicos que condujeron del hombre-mono al hombre-hombre; la forma en la que una especie que se queda aislada geográficamente se convierte en el tiempo en otra especie; la alucinante manera en que dos células, junto a dos cuerpos, se juntan para crear más células y otro cuerpo€

Para apostar por la investigación básica, que es la que alumbrará al final toda la innovación y el desarrollo que sea posible, hay también que apoyar a las personas que la hacen posible, muchas veces a modo de becarios inciertos y mal pagados. Sus tesis serán al final las que nos hagan la vida más fácil y, sobre todo, más comprensible.