Sólo en una ocasión hice de negro literario; ya saben, escribir algo que firma otra persona como suyo. Fue una carta de amor de una chica de 18 años a un muchacho de 19. En un principio me negué a hacerlo. «¡Tú estás loca!», le dije, «¿cómo voy a escribir yo, un cuarentón largo, unas palabras de amor a un tío joven€?». Debo de ser fácil de convencer porque esa misma noche me puse manos a la obra. Dos días después, al término una cena íntima con música suave, mantel y velitas, la muchacha sacó el papel y lo leyó a su novio. ¡La carta fue un éxito! El muchacho apenas pudo reprimir la emoción y lloró de amor como una magdalena (aunque no lo crean, también algunos hombres somos sensibles). Ese día me di cuenta del poder de las palabras€ de su capacidad para abrir puertas y corazones, para derribar muros y fronteras, para hacer reír y llorar. Ese día me dieron ganas de gritar ¡Vivan las palabras!