Antes de que despierte el sol naciente, Wang ya está en postura de tadasana, practicando yoga tras sorber un cuenco de leche de soja que le garantiza la eternidad. Muy pronto estará listo para apretar la soga sobre el cuello de la larga fila de pretendientes que sólo buscan su dinero, a lo que ya está acostumbrado tanto en el amor como en los negocios. Ayer fue Jesús Samper, valido de Murcia, una colonia cercana a África, donde el multimillonario chino controla ya amplios territorios gracias a la marabunta amarilla que ha cambiado la negra faz de aquel continente. El empresario, especialista en inválidas aventuras que sólo reportan beneficio a su bolsillo, le muestra al maestro chino un parque de atracciones, donde podrá montar y desmontar a su antojo, además de contar con un millón cuatrocientos mil samuráis, de raza huertana, dispuestos a, si es preciso, a hacerse el harakiri rodando por el páramo. Nada original, pues por su despacho pasaron Londres, Barcelona y otras ciudades míticas. Sus colegas árabes ya le habían advertido sobre el susodicho, pero Wang prefirió esgrimir una sonrisa, rasgando aún más sus ojos para no romper las esperanzas del típico spanish intermediario, único en vender humo para dar pelotazos tanto a la Administración como a los inversores reales.

Hoy el nuevo amo del mundo, de cualquier forma, recibe al presidente de la república hispana, que va a poner Madrid a sus pies. Tras la espantada del benefactor de Eurovegas, al que lo único que le tenemos que agradecer es el guión de Torrente 5, el mandatario español le ofrece el BOE y el INEM para que levante su nueva ciudad prohibida en el país de la paella y el flamenco.

Superada la muralla, los altavoces del reino ya anuncian la buena nueva de la inversión china en España: juego, putas y droga para mejorar el PIB de nuestro país, ejemplo, dice Mariano, para toda Europa.