España inició su decadencia con aquella derrota frente a las costas escocesas, inglesas e irlandesas. Casi cincuenta años después, en Rocroy y Westfalia se refrendó el fin de nuestra hegemonía. Pero la Historia, gran madrastra, se encarga siempre de rebajar la soberbia de los vencedores, como nos hizo a nosotros, y compensa a los vencidos con venganzas refinadas. Siglos después, el primer presidente de la Irlanda independiente de Inglaterra sería Eamon de Valera, un descendiente de aquellos españoles que se estrellaron en sus espléndidos galeones en las orillas irlandesas. Y después llegaría el virus autonómico, que España ha soltado en la Europa que se quiso unida para deshacerla como una ´gripe española´. La Inglaterra soberbia de aquella Reina Virgen que tanto nos odiaba, empezó concediendo parlamentos y gobiernos a sus viejas naciones medievales, Gales, Escocia, el Ulster. Luego, claro, Escocia, una verdadera nación y reino históricos, no como otras, removida por Mel Gibson y su Bravehearth (que seguro ha hecho más por la independencia que Alex Salmond), y alimentada por el petróleo y la insolidaridad (socialistas insolidarios y aldeanos, que es la norma posmoderna), se quiso Estado. Es una lógica implacable: si a alguien le reconoces la nación y le das instituciones, quiere acabar en Estado. Hoy, para dar sentido al error, y a las nuevas competencias prometidas a Escocia (que sólo servirán para seguir alimentando al monstruo), Cameron va a extender el estatus escocés a Inglaterra, Gales y el Ulster.

Saben que no se puede vivir en desigualdad. Pero mañana Escocia reclamará su singularidad y el concierto económico. Y se intensificará la deliciosa espiral española que acabará por destruirlos. Todos los españoles que cayeron en aquella Armada prodigiosa que nos condujo a la ruina y a la inanidad pueden descansar tranquilos. La Inglaterra de la Isabel malvada que nos derrotó, está muerta. Les hemos mandado las Autonomías.