Angela Merkel y Mariano Rajoy se han reunido en Santiago de Compostela. Me limitaré a comentar los aspectos económicos a los que ellos se refirieron en la rueda de Prensa conjunta.

Parece que Rajoy le pidió el apoyo alemán a la designación de De Guindos como próximo (para cuándo) presidente del Eurogrupo, y Merkel lo comprometió. El nombramiento podría ser un éxito político para nuestro presidente de Gobierno; de hecho, las manifestaciones de público apoyo ya suponen un rédito. Más allá creo que carece de significación relevante para los españoles, por dos razones. El Eurogrupo es solamente una reunión informal de los ministros de Economía y Finanzas de los países del euro, sin capacidad jurídica para adoptar decisiones que vinculen a sus países miembros y, cuando se reúne a nivel de jefes de Estado, y de Gobierno pasa a ser presidido por el del Consejo. En definitiva, un cargo de representación, sin capacidad decisoria; pero si la tuviera, De Guindos, por principios ideológicos y por la «debida» lealtad a Merkel, que lo promociona, se vería obligado a apoyar la orientación política alemana, que no coincide con la que conviene a los intereses españoles. En todo caso, si les hace ilusión, enhorabuena.

También parece que Merkel pretendía el apoyo explícito de Rajoy al mantenimiento de la política económica que ha venido defendiendo el Gobierno alemán, en una coyuntura adversa, en la que hay muchas voces dentro de Europa reclamando un cambio de orientación en las políticas comunitarias, para impulsar la inversión y la creación de empleo. Como era de esperar, Rajoy le ha prestado dicho aval, aunque perjudique a España. El mensaje ha sido claro: el único camino es la consolidación fiscal y las reformas; es un error pensar que para favorecer el crecimiento hace falta más dinero.

Krugman, en un reciente artículo relacionado con la posición de los «halcones» monetarios estadounidenses, dice que debemos pensar que algo oculta quien, aferrándose a su visión del mundo, es incapaz de replantearse sus creencias, aunque sus predicciones fallen repetidamente. Se refiere a quienes llevan años alertando sobre lo erróneo de la «relajada» política monetaria de la FED, prediciendo que la misma provocará una espiral inflacionista, aunque los hechos demuestran, reiteradamente, lo contrario.

Algo similar podríamos decir sobre los que se aferran, sin la menor concesión a la duda razonable, a las bondades de la mal llamada política de austeridad. No obstante, puesto que la mayoría identifica mejor a qué nos referimos si hablamos de austeridad que de consolidación fiscal, utilicemos el término. No es difícil entender que, a la vista de sus resultados, hace tiempo que algunos retuerzan el vocablo para hablar de «austericidio». Desde 2009, se ha impuesto esa política fiscal, sin que sus defensores sean capaces de reconocer lo evidente: nos ha conducido al estancamiento, a la depresión de los precios y a niveles de desempleo muy elevados. Esa política, que Merkel y Rajoy defienden, es la responsable de que la situación económica en Europa sea la que es.

Alemania no es la causante de todo lo que nos pasa, pero alguna responsabilidad tiene y, sobre todo, tiene opciones para mejorar la situación, pero se niega a ello.

Estamos ante una crisis de deuda, que no puede resolverse así. En el caso español, fueron, en primer lugar, los bancos, las empresas y las familias, las que se endeudaron demasiado. Después, cuando llegó la crisis y se desmoronaron los ingresos, el sector público empezó a endeudarse en demasía, sin que haya parado de hacerlo; tampoco en los últimos tres años. El primer responsable de una deuda es el deudor, pero, algo tiene que ver también el acreedor que, libremente, ha decidido conceder el préstamo. Nuestro principal prestamista fue el sistema financiero alemán, que cometió el error de infravalorar los riesgos que estaba contrayendo. Alemania sabe, perfectamente, que en toda crisis de deuda de la magnitud ante la que estamos, requiere entre otros ajustes una reestructuración de la misma. No sólo se ha negado, sino que, para hacer recaer todo el peso del ajuste sobre los deudores, ha preferido generar en su opinión pública, la idea de que en el Sur somos poco productivos, unos vagos, irresponsables fiscalmente. Falso.

Es verdad que hemos incurrido en déficit excesivo, pero no por gastar mucho, sino por una descomunal caída de los ingresos. Y debemos contener el déficit, sí; pero ello tiene efectos contractivos sobre la demanda, disminuye el producto y el empleo. ¿Puede Alemania coadyuvar a una salida razonable? No les pediré que sean «hermanitas de la caridad», sino corresponsables de una situación que han colaborado a crear. Alemania tiene un gran excedente en su balanza por cuenta corriente, una gran capacidad de ahorro, que puede y debe invertir, en Alemania, en primer lugar, y también en el resto de la zona euro; nos iría mejor a todos, incluidos los alemanes.

Es un error plantear un debate, como alternativas excluyentes, entre políticas de demanda o políticas de oferta. Conocemos las limitaciones de las políticas fiscal y monetaria, pero las reformas estructurales -algún día hablaremos de ellas- tampoco son la panacea y, sobre todo, no pueden solucionar los problemas en un plazo de tiempo razonable, compatible con el deseo de no echar por la borda a toda una generación de personas. Recurro a una frase muy gráfica del denostado Keynes: a largo plazo, todos calvos.

Señora Merkel: No es cierto que la consolidación fiscal y las reformas estructurales sean la única solución posible, por necesarias que sean. Señor Rajoy: España no va tan bien y ni es, ni puede ser, la locomotora de una Europa con la marcha atrás puesta. ¡Qué más nos gustaría!

Dicen que el Camino genera santos y obra milagros. Me temo que en este pequeño recorrido hemos perdido esa oportunidad; más bien, en este caso, su resultado se aproxima al despropósito que se está cometiendo, en su trayecto, frente a la iglesia románica de San Martín de Frómista.