No sé si mi madre „91 años y futbolera„ vería el partido. En el anterior de la selección decidió por suerte irse a la cama y, al levantarse y tener la respuesta de su hija sobre el resultado, le dijo a ésta: «¿Pero seguro que has oído bien?».

Don Juan Carlos „76 años, perteneciente a la dinastía de los Borbones y buen catador, por tanto, de los innumerables sorbos que a los de su estirpe suele depararles la vida„ ha pasado su primera noche lejos de la Jefatura del Estado por lo que tampoco sabemos si tendría cuerpo para ver la suerte que corrían las huestes de Vicente del Bosque.

Repasando los bienios, trienios liberales, catenaccios, monarquías, repúblicas y resto de competiciones que jalonan nuestra convulsa historia, las casi cuatro décadas completadas por el monarca con los máximos galones han supuesto una eternidad que se han pasado volando gracias entre otras razones a que, desde todos los ámbitos, España ha hecho continuados esfuerzos para no parecerse a sí misma.

Y por ese empeño, por esa estabilidad, por ese respeto a las reglas del juego que nos han llevado de cincelar a Naranjito a dibujar las mayores filigranas desde la Brasil del 70 y de engordar a la Europa rica con mano de obra a reaudales a exportar porque no nos han dejado otra una cantera de lujo, el país se encuentra al fin en condiciones de plantearse qué quiere ser de mayor. A mediados de los setenta, no.

Con las heridas abiertas y el panorama cubierto de toda clases de grises, el fajín de capitán general que le será impuesto al Heredero fue la faja que por entonces nos permitió movernos.

Hoy, a pesar de los vaivenes, tenemos fortaleza. Apoyados en ella, Losantos pide a Rajoy que envíe a don Juan Carlos a que se pudra en el exilio. Es duro, pero podemos permitirnos un Losantos y dos. Ahora sí que estamos curados de espanto.