En pleno debate nacional sobre las animaladas vertidas en las redes sociales tras el asesinato de la presidenta del PP de León, mientras aquí discutimos hasta dónde llega la libertad de expresión y lo que es pura incontinencia digital, llega un teletipo desde Seúl anunciando que Samsung Electronics ha pedido disculpas por no haber actuado antes en los casos de cáncer detectados en sus plantas de semiconductores, que son materiales utilizados, entre otras cosas, para fabricar los teléfonos móviles. No era difícil intuir que el lujo de que media humanidad esté conectada día y noche para contarse cualquier chorrada lo pagan otras personas con su salud e incluso con su vida. Ni siquiera la industria tecnológica más avanzada se libra de las malas mañas que Occidente impone a sus proveedores. La comunicación se ha vuelto el dios más poderoso de nuestro tiempo, pero además es un pozo sin fondo que todos alimentamos con nuestro propio tiempo y nuestra inconsciente dedicación, sin percatarnos de que cuando jugamos a ser omnipresentes nos hacemos cómplices de un negocio que deja un peligroso rastro.