El pasacalles sardinero de Alfonso X era llevable. Los zagales podíamos correr de lado a lado de la avenida para ver pasar a los grupos sardineros. El que entonces era presidente del Real Murcia, Juan Garrido, siempre nos daba buenos regalos. En casa, la semana de fiestas, me la pasaba inventando camisetas de equipos de fútbol para cada grupo sardinero, y luego jugaba ligas con los playmobil. Marte, Diana Cazadora y Eros eran los tres grandes... Hércules siempre iba rondando el descenso, que eso de llamarse como el equipo no le favorecía mucho€ El peque de un buen amigo ahora juega en su imaginación con un filial del Real Murcia al que llama Real Sardina C.F., un equipo idílico en el que todo lo malo del equipo pimentonero desaparece por arte de magia, y al que bancamos muchos pimentoneros. Los niños son la esencia del Entierro de la Sardina, y eso es algo que no podemos olvidar.

Había unas pelotas de plástico duro, que hacían un ruido horrible dentro de casa cuando botaban. Solían ser verdes y amarillas, y eran como un premio de consolación ante el balón de plástico con la publicidad de Cajamurcia, que era lo más cotizado. Hubo un tiempo en que coger un balón en el Entierro era un paso vital de ser un niño pequeño a ser un niño grande. Las espadas de plástico y los puñales con el cinto eran otro de los míticos juguetes del Entierro. A los dos o tres meses las espadas reblandecían, no sé si porque las usábamos para jugar en el baño llenándolas de agua, o porque ésa era su duración, sin más.

Había sardinas de todas clases, en plástico. Llorando, sonriendo, más grandes y más pequeñas. No servían para nada, bueno, para acompañar en el baño, cocinarlas en juegos o para hacer las veces de caballo de He Man, pero coger una sardina siempre era motivo de satisfacción. Era necesario para cubrir el expediente. Había quien, el lunes siguiente, llevaba a clase una lista de todo lo que había cogido en plan siete balones, cuatro pelotas duras, seis sardinas, tres espadas, un puñal€

También se hablaba de las carrozas, y de cuál había sido las más molona. En aquellos entierros en los que cuando una carroza paraba delante de un balcón cercano que recibía miles, cientos de miles de balones, y mirábamos con la boca abierta pensando en que vivir allí era trampa, pero quién pudiera. Cuando ir a la quema suponía que ya eras mayor para acostarte de madrugada, y los fuegos artificiales ya no te daban miedo. Luego ya nos dimos cuenta de las brasileñas, las pegatinas, los hachoneros con el carrito€ fuimos cambiando salir de casa preparados para cargar juguetes por salir con gaficas de sol, y cambiamos el desfile del Entierro por La Balonada en Las Trincheras€ y ahora, volvemos a revivir aquel Entierro 1.0 con nuestros peques, de los que debemos aprender a verlo todo como lo ve el pequeño Javi, con su Real Sardina. Vale.