Otro político, por intereses también políticos, deroga ese plan y apuesta por otro alternativo que no convence ni a parte de los suyos ni a parte de los de enfrente. A su vez está el político que critica el enquistamiento de la categoría profesional a la que pertenece cuando en su currículo sólo constan cargos públicos.

El político varía de registro según se sitúa. El de arriba es un firme defensor de un sistema público y estigmatiza a quien recurre a otro privado.

En su vida personal resulta que no cree en el sistema que defiende puesto que, cuando se trata de sí mismo lo esquiva. Sin embargo no duda en descalificar a quienes le critican esa incoherencia. El político de más abajo pregona las virtudes de gestión determinada de un servicio y, años más tarde por mera casualidad, acaba cobrando de quien, también por azar, gestiona ese servicio. El político de el medio quiere pasar desapercibido mientras escalas posiciones en la fila aunque a veces alguien tropieza, con intención o sin ella, y tira, como fichas de dominó, a todos los demás.

El político del norte, que juega en una liga independiente, dice que los del sur son unos holgazanes y el del sur dice que la culpa de su letargo es del abuelo del político del centro que, a su vez, le recrimina al político del noreste que dé ejemplo y abandone el comportamiento manirroto del que todos hacen gala.

Al político de la estepa le gustan los gigantes con alas vacíos entre molinos de viento. Sus vecinos de la esquina piensan que ellos también deberían tener gigantes con alas. Dicen que nadie quiere ser menos que nadie, porque más que nadie quieren serlo todos, y todos, los de la montaña, el mar y la estepa acaban acaparando gigantes con alas, molinos de viento y todo lo que pasaba por allí.

Los políticos de cámara son de comida reposada, trabajo fácil y que Dios disponga y reparta suerte después del trajín. Los políticos de altura no quieren pisar las llanuras y los de las llanuras harían lo que fuera por pisar las alturas. El político de la hucha es el que parte, reparte y nadie sabe nunca dónde acaba la peor parte. Al político de gala le gustan los trajes a medida; el político de faena es más de vaqueros y camisa blanca impoluta arremangada pero sin arrugar.

A un político de calle le gusta prometer con muchos posibles hacer lo posible; cuando es con escasos posibles es un ya veremos. En un país donde la mano del político parece que lo mece todo el que no es político o está cansado de ellos o depende de ellos. En los despachos unos están obsesionados con su nueva concepción de la libertad cuando hace cincuenta años libertad era que no te partieran la boca por hablar.

Otros se enfuscan con la maldad de los mercados pero pocos de los que de verdad deciden hacen por pisar la calle a tomar un café y palpar lo que pasa. Se quejan de su mala prensa pero es el resultado de sus méritos si bien lo peor de digerir es que ellos son el espejo del lugar en el que vivimos.