Perdone que le moleste, pero con el paso del tiempo uno se cansa de escuchar las sonoras tarantelas relativas a la necesidad imperiosa de ser correcto, de ser cauto a la par que sumiso, de opinar en privado y callar en público, pues corres el peligro de que te señalen con el dedo los poderosos de las urnas. Pues he de comunicarles que este no es mi caso ni el de mucha gente que he tenido el placer de conocer. Aún existen personas que actúan según sus pensamientos, que tiran la piedra y dejan la mano bien alta.

Tengo el estribo, el yunque y el martillo a punto de caramelo para que se me vayan de baja por depresión de tanto como me han calentado la oreja de oír. La otra, la que recibió los tortazos de crio por llevar a casa los boletines en rojo, la tengo con la mili hecha en Regulares y no me afecta. El caso es que, en mi profesión, de fariseos y poco afortunados en la prodigiosa ciencia del pensamiento, he de decirles que he sufrido en silencio a más de uno. He recibido en propias carnes la inquina, la envidia y la supina falta de razón, aunque tuviesen grandes cabezas para albergar el conocimiento. He oído, en privado, jincarse en los ancestros de algún alto cargo o superior directo y, al día siguiente, besarle los callos del Cámembert izquierdo en público.

Otro caso de doble moral que me llega al pajar que tengo como intelecto es el de una persona muy cercana a quien creo a pies juntillas y le tengo en gran estima. El susodicho me comentó que está sufriendo un episodio desagradable. Le intentaron abrir un expediente disciplinario grave por decir verdades como templos; verdades que posteriormente se han comprobado una tras otra. El ínclito de mi amigo dice que están sufriendo un acoso y derribo sin precedentes por parte de un superior con, al parecer, el norte un poco difuso. Es más, me dice que lidia con jóvenes en edad de merecer y que en su lugar de trabajo han pillado a una menor haciendo el acto sexual con otro chico, en horas matutinas, y su superior lo ha ocultado. Y para más inri, me dice que por alzar la voz e intentar paliar la desagradable situación, lo van a hacer santo; pero lo que más gracia me ha hecho es que, según dice, al jefe de su jefe, que está imputado, lo quieren hacer presidente de nosequé. Yo creo que está de coña, pero todo se andará.

Aunque otros casos mucho menos prosaicos de doble moralidad los tenemos en nuestros carnavales. El pasado sábado vi a unas chiquillas medio en cueros desfilando por las calles, con sus pechos saltando más que Sergei Bubka, que a más de un espectador le ponían la pértiga mirando a la Polar. Sus madres las acompañaban, henchidas de gozo, a sus flancos, portando botellines de agua por si les daba sed. Unos días antes, si esas chicas hubieran querido salir un sábado noche cualquiera con el triple de ropa, sus padres les hubiera dado una oblada de harina y agua que las pondrían mirando hacia Sebastopol para contar la flota rusa. Pero, claro, si les dices a sus progenitales que van medio en bolas, te llaman de facha a machista para arriba.

Pero esto de la doble moral da mucho juego, y para eso están los fariseos. Un fariseo suele ser aquel que te pone a caer de un guindo delante de terceras personas, pero cuando está frente a ti se le cae la baba de las gilipolleces que te dice. Claros ejemplos los tenemos sobre todo en nuestros contemporáneos de cualquier estrato y condición. Hablo de los cobardes, mentirosos y acongojados, que conozco unos cuantos. Pero si alguno de ustedes no tiene claro el significado de término fariseo, puede agenciarse cualquier diccionario y leer lo siguiente: «fig. Hombre hipócrita, esp. El que afecta una piedad que no tiene. fig. Hombre alto, seco y de mala condición o catadura».

Ahora, si usted es de los que le gusta rebuscar en la historia y usar citas que le dan un aire de lo más letrado al texto, puede entonces ver cómo a mi primo Carlos Baudelaire, por sus Flores del mal?, su obra máxima por excelencia, fue acusado de ultraje a la moral pública, por lo que se vio obligado a quitar seis de sus poemas y abonar una multa, aunque muchos de ellos ya los había publicado en diversos periódicos sin que nadie tuviera que echarse agua en los pulsos. Un claro ejemplo de doble moralidad.

Por tanto, si usted ha de medicarse contra la falsedad y los envenenados consejos, mire primero el prospecto, porque es muy probable que no le merezca la pena ni abrir en blister. Y€ hágame caso, si a usted le calientan demasiado la oreja con bellas palabras, sepa con total seguridad que intentarán hacerle un traje de madera, laboralmente hablando, claro está.