Hay quien, cuando entra en un supermercado, se fija en el uniforme de las cajeras. También hay quien primero localiza donde están las cámaras de seguridad y luego la ubicación del alcohol de alta graduación. Y por supuesto está la persona que entra en un supermercado como si estuviera jugando a la gallinita ciega, con los ojos vendados y las manos bailoteando lo más lejos posible de su cuerpo, dejándolas que se ciernan sobre cuanto encuentren a su paso, que van arrojando en un carrito de generosas proporciones; y no paran hasta que se llena por completo. Panizo, Javier Panizo, no entra en ninguna de las categorías anteriores. Porque él es ¡un intelectual!

¿Y en que se fija un intelectual cuando entra en un supermercado en el año trece del tercer milenio de la era cristiana? Es evidente. Un intelectual del año trece del tercer milenio de la era cristiana cuando entra en un supermercado se fija en el precio de los huevos duros. Panizo está tan orgulloso de su seguimiento del precio de los huevos duros „ya se prolonga casi un año en el tiempo„ que piensa sería lo más natural que detrás suyo hubiese una cámara de televisión grabando sus movimientos, los brillos astutos e inteligentes de sus saltones ojos azules cuando se posan sobre el blíster de los huevos duros.

«Miren el precio. ¿Han visto qué descaro? ¡Uno coma diecisiete euros! Hace dos meses valían uno diez, hace medio año ¡un euro exacto! Una subida del diecisiete por ciento en un periodo de apenas ciento ochenta días. ¿Cómo es posible en una época a la que se está denominando, machaconamente, como ´de crisis´! El precio de los huevos duros es fundamental para comprender lo que está sucediendo en nuestra sociedad».

Y aquí Panizo sacaría dos huevos de la huevera de plástico, los alzaría hasta la altura de sus ojos y clavaría una mirada cómplice sobre el hipotético objetivo de la hipotética cámara de la hipotética cadena de televisión que sigue sus pasos.

«¿Por qué iba a comprar nadie media docena de huevos duros a semejante precio si puede comprarlos sin cocer por la mitad? Si cocer huevos es facilísimo, hasta yo sería capaz de hacerlo en un momento de auténtica necesidad».

Como a Panizo no le sigue ni persigue ninguna cámara de televisión, ni siquiera la de un teléfono móvil, tiene que conformarse con compartir sus reflexiones con otros profesores de su universidad, ninguno le escucha, o con sus alumnos, que sí le escuchan pero por supuesto no se lo toman en serio, y por último con su editor, que le dice «que no, que no te voy a publicar jamás un ensayo de doscientas páginas en el que sólo cuentas que la subida de los huevos „aceptada sin chistar„ implica que la crisis no afecta a una parte de la sociedad: a los hombres solteros o separados que no están acostumbrados a cocinar y prefieren pagar lo que les pidan con tal de no tener que cocerse los huevos».

Los huevos. Sentado en la escalinata de la puerta de su universidad Javier Panizo comienza a pelar sus huevos duros; y se felicita por ser hombre previsor, por llevar consigo, en un papel doblado, un pellizco de sal.