Agustín Remesal, veterano periodista zamorano, presentó hace unos días, en la Casa Museo Unamuno de Salamanca, un libro sobre los más de treinta viajes por Portugal del escritor vascosalmantino. En Por tierras de Portugal. Un viaje con Unamuno, afirma el que fue corresponsal de RNE y TVE, que en los artículos relacionados con Portugal se puede descubrir a un Unamuno iberista, pero con un iberismo que no se traduce en ninguna reivindicación de unidad política entre España y Portugal, sino que su iberismo tiene un carácter «romántico, poético, histórico y literario».

En su último viaje a Portugal (junio de 1935), Unamuno se entrevistó con el general Sanjurjo, exiliado en Estoril, Lisboa, que murió un año después, el 20 de julio de 1936, a los dos días del comienzo de la rebelión militar. La avioneta en que viajaba para tomar el mando de comandante en jefe del bando sublevado se desplomó en ´extrañas circunstancias´. Don Miguel y Sanjurjo charlaron dando paseos entre el Casino y la playa de Estoril, lo documenta muy bien Remesal. Unamuno pretendió obtener información de primera mano sobre las intenciones del general y sus amigos militares golpistas a un año vista. Y en esos paseos preguntó al militar sobre la deriva que la II República y el Gobierno de Azaña estaban llevando a España. Pero creemos, como Remesal, que Sanjurjo engañó a Unamuno sobre los preparativos del futuro golpe militar y la creación de un Estado fascista. Esto justificaría ese afán de Unamuno de creer empecinadamente en el primer mes de la Guerra Civil del 36 que el golpe de Estado era desde la República para corregirla en sus excesos y para dar un giro de timón al populismo radical y al anarquismo violento que él no compartía.

También por esas fechas, en Coimbra, Unamuno se ve con uno de sus mejores amigos portugueses, Eugenio de Castro, poeta simbolista y catedrático de la facultad de Letras de la Universidad de Coimbra. De Castro le advierte que tenga cuidado, que si ve algún peligro de revolución y atentado salga de Salamanca y venga a Portugal a refugiarse. Unamuno impertérrito le contesta: «Moriré en Salamanca€». Y nunca más se volvieron a ver. De hecho Eugenio de Castro le invitó a un congreso de escritores, en junio del 36, pero Unamuno no acudió por un maldito catarro estival. Pocos meses después murió auto-encarcelado en su propia casa de Las Úrsulas.

A primeros de junio del 35, en el Hotel Palace de Lisboa, había recibido a su amigo del alma, el poeta Joaquim Teixeira de Pascoaes. Juntos, entusiastamente, recordaron su viaje mítico al Monte Maráo, y sus afinidades literarias y filosóficas. Hablaron también, nos lo recuerda Remesal, de los peligros inminentes que acechaban a España. Y Teixeira le ofreció refugio en su casa de Amarante, pero Unamuno le respondió: «¿Dejar mi Salamanca, Joaquim? Vivimos allí tiempos fieros, y ser feliz o desgraciado es ya cuestión secundaria€».

Este Unamuno, un gran viajero, de carne y hueso, no literario sino personaje, es novelado con buena escritura por Remesal, y el libro se lee como una novela de viajes pero no es una novela. El otro viajero es Remesal, que narra, ficciona, vibra y se emociona con Unamuno.

Los textos de Remesal actúan como un exprimidor de limones hasta la última letra de unos apuntes, notas manuscritas de Unamuno, escritas a vuelapluma. El periodista zamorano ha cogido de esas anotaciones desperdigadas en hojas sueltas lo que no está en los artículos y cartas unamunianas sobre Portugal, y que se han publicado en varias revistas. Y él ha hecho una crónica periodística larga, muy bien documentada, de más de s700.000 caracteres, pero no por eso deja de ser un cuenta historias de «llegar, ver, observar, investigar y escribir». En eso Remesal y Unamuno se parecen, en las historias „crónicas„ que cuentan, fundamentalmente el que fue rector de la Usal, que escribió más de 5.000 artículos.

Unamuno tuvo conciencia de su falta de aprecio por la monarquía española alfonsina, influenciado por el trato con sus amigos, escritores, catedráticos e intelectuales portugueses, la mayoría de ellos pioneros del republicanismo luso.

Concluye el libro con estilo muy propio de la creación literaria de don Miguel: un epílogo „apócrifo y sin fecha„ que es un juego muy unamuniano, utilizado con frecuencia en sus epílogos y prólogos ficcionalizados. Aquí, él mismo actúa como el personaje al lado del viajero Agustín Remesal.

El escritor zamorano, premio Eduardo Lourenço de la USAL (2006) y premio de Periodismo Francisco de Cossío a la Trayectoria Profesional (2013), consigue con este libro que Unamuno, una vez más, retumbe en la manos del lector. Él sigue vigente y vivo en aquellos unamunianos de mente y de corazón que viajen a la saudade portuguesa.