En política, como en el fútbol, el ´hincha´ que no se conforma es porque no quiere. Siempre habrá alguna decisión injusta del árbitro que consuele de la derrota, y nunca faltará alguna encuesta favorable que dé ánimo ante unas elecciones inciertas. Lo hemos podido comprobar en las últimas semanas. Ahí está el penalti que no se le pitó al Madrid frente al Barça o las encuestas publicadas últimamente que satisfacen a unos y a otros. Claro que tampoco es cuestión de rasgarse las vestiduras a estas alturas.

Hace tiempo que el victimismo es moneda corriente en el fútbol y que la publicación de encuestas constituye una poderosa arma en la lucha política. Se encarga el sondeo a un ente de confianza, de ámbito público o privado, llámese CIS o demonosequé; se le dice lo que se quiere oír o interesa difundir, y sólo queda esperar que bajo un envoltorio científico se presenten los datos, los porcentajes, los gráficos, las comparativas o lo que proceda. Cualquier parecido con la realidad es entonces pura coincidencia. Y los resultados, dispares, contradictorios, no reflejan en ningún caso lo que hay sino lo que interesa o se desea que haya.

Saber lo que piensa el consumidor o conocer sus gustos, para satisfacerlos o influir sobre ellos, es el gran reto que tienen ante sí las empresas, si quieren vender. Conocer lo que piensa el ciudadano, escuchar sus preocupaciones, sus demandas es el que debería plantearse quien ejerce un cargo público. Y para eso, además del contacto con la gente, están las encuestas. Incluso Francisco, el Papa, ha recurrido a ellas para tomarle el pulso a lo que piensan sus fieles. Para saber, por ejemplo, lo que opinan sobre algunas cuestiones tradicionalmente peliagudas para la Iglesia: aborto, divorcio u homosexualidad.

Frente a las encuestas destinadas a conocer por dónde van los tiros, y que podríamos llamar, con todas las reservas, ´de verdad´, están ´las otras´. Las que sólo cabe calificar como contra-encuestas, y cuyo propósito no es otro que levantar la moral exhausta de la tropa o crear en la población el espejismo de que está ante un caballo ganador.

Con unos días de diferencia, se han dado a conocer dos sondeos que encajan perfectamente en este último modelo. El primero, de la Fundación Sistema, que preside Afonso Guerra, le da al PSOE una intención de voto en torno al 35% mientras que el PP bajaría hasta el 26%. En el segundo, el CIS, que se define a sí mismo como «organismo autónomo dependiente del ministerio de la Presidencia», se las arregla para que el PP termine sacándoles 7,2 puntos a los socialistas. Todo radica en cómo se ´cocinan´ los ingredientes. O lo que es lo mismo, dime quién ha encargado la encuesta y te diré quién gana.

La realidad, sin embargo, es mucho más compleja e imprevisible. En estos momentos de incertidumbre económica y política, de desprestigio de las instituciones, de frustración e indignación, quizá habría que rendirse a la evidencia de que no hay encuesta que valga que pueda prever lo que realmente va a ocurrir.