No soy un lince a lahora de dar con los parecidos, pero el hasta ayer considerado único hijo biológico de Mia Farrow y de Allen es posible que haya hecho soltar ya a Woody enla intimidad: «¡Coño! He logrado fabricar un descendiente clavadito a Frank Sinatra». Ronan tiene la cara ovalada (recapaciten sobre la del cineasta), los ojos azules, la nariz y unos labios... que han llevado a su madre no sólo a reconocer que ella y Sinatra nunca se separaron, sino a componer una foto con un encuadre similar al de Las Vegas cuando en el 66 se casó con el cantante y en la que la susodicha sonríe temblorosa de placer mientras que al niño, que calca el perfil de Frank, sólo le resta coger el micrófono y entonar My way porque, para más inri, dicen que no lo hace nada mal. Y, claro, no sé si lo del clarinete da como para pensar que por ahí es por donde le ha entrado la vena. El caso es que el chaval dejó de hablarle al pecoso ídolo pelirrojo de tantos de nosotros a raiz de que la historia con su madre terminase (es un decir) como el rosario de la aurora. Woody, que hizo todos los escorzos posibles para conseguir el acercamiento, sólo recibió desprecio porque Ronan, además de no parecerse ni en broma a su supuesto padre, no es una criatura cualquiera. A los once años, agárrense, accedió a la universidad; a los quince se graduó por Bard College (el más joven en la historia del campus) y, a los veintiuno, obtuvo el título de abogado de la Escuela de Leyes de Yale. En ese momento entró a formar parte del Departamento de Estado irigido por Hillary Clinton y hace tan solo unos días se ha conocido que una cadena norteamericana le hapropuesto presentar uno de sus programas sobre política. Menos mal que el joven neoyorkino, activista en favor de causas humanitarias, se ha formado así de sólidamente porque, si con el hombrecito de las gafas de pasta se las ha tenido tiesas, ahora le asalta el reto de enfrentarse a la memoria de Frank, tan colega él de la mafia. Esperemos que, por su bien, no le salga un tercer padre.