Una deslocalización industrial es quizás el más brutal efecto de la llamada lógica económica. Se echa a la gente a la calle, arruinando la vida a cientos de familias, y con la excusa de ahorrar costes laborales se desmonta una industria llevando la maquinaria a otra parte, sin dar la oportunidad siquiera de ajustar aquellos costes para que sean competitivos. Trabajadores, sindicatos y Gobiernos se ven inermes ante estas prácticas de multinacionales y al drama social se añade la sensación de impotencia. Cuando se hunde el mercado una empresa puede verse obligada a reducir tamaño o echar el cierre, pero en la deslocalización sin contemplar alternativas hay una inhumanidad que delata a un sistema económico sin principios ni moral, y en el modo en que las compañías suelen ejecutarla, por control remoto y sin que lleguen las voces a los despachos que deciden, el abuso añadido de la impunidad.